Abril No. 69

Lorenzo Madrigal
24 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán fue recordado el pasado 9 de abril, como fecha histórica que es, cuyos relatos repetidos no sacian mi curiosidad que es la misma del niño que fue contemporáneo de los hechos.

No me abandona el recuerdo vivo del sitio de los acontecimientos, de los cuales no vale relatar más de lo que tantas veces se ha leído. Pero sí de los sitios: en el segundo piso de esa esquina (Séptima con Jiménez) funcionaba el Monte Blanco, una cafetería de cierto caché a donde mi prima Elisa nos llevaba a tomar el chocolate más delicioso de cuantos he tomado y sigo tomando en mi larga y achocolatada vida.

Leí de Plinio Apuleyo que en ese mismo restaurante esperaba a su padre, Plinio Mendoza Neira, quien visitaba a Gaitán en el cuarto piso del edificio contiguo (el Agustín Nieto), de cuyo brazo saldría cuando fue abatido el líder liberal.

Mi prima parqueaba su auto, un sencillo Ford coupé negro, sobre la carrera Séptima. La ciudad era pequeña y permisiva. No estorbábamos, pese al tranvía que enlazaba con el que subía por la Jiménez y cruzaba hacia el norte, frente al Granada. El auto era para mí bellísimo, con un tremendo timón ahuecado hacia el centro, que mi prima, quien hace pocos años murió a los 96, hacía girar con la elegancia de sus brazos enguantados hasta el codo.

Toda la Séptima lucía edificios de estilo europeo, de escasas vitrinas, de recintos oscuros, lo que un niño veía indiferente y supo más bien que eran maravillosos cuando observó gráficas de su destrucción el 9 de abril del 48. Visitaba por primera vez aquella Bogotá del 46 y pudo ver de cerca a políticos históricos y entre ellos, a Jorge Eliécer, a quien dibujó en la infancia, impulsado por las vivencias de aquel viaje desde la provincia a la capital de la República.

Se usaba gomina sobre el cabello liso y ello le permitió advertir muy pronto la presencia de Gaitán rodeado de líderes de barrio, pues su pelo indio y abundante brillaba como botín de charol. “Ahí está” “¿Dónde?”, “ Ahí, lo estoy viendo, es Gaitán ”. El corazón palpitaba de quien amaría por siempre la presencia física de los personajes de su país y habría de buscar su expresión más auténtica.

Bogotá, muy frío, era ensombrerado y de gabardinas y paños. Algunos jovencitos usaban todavía pantalón corto. Por supuesto, el bluyín no existía, como hoy cuando lo llevan hasta presidentes de la República (no sólo Jimmy Carter, sino también, recorriendo tragedias, el “fallido”—ja, ja— presidente Santos).

Nos llevaba también la prima Elisa al lejano Usaquén, en aquel Ford de leyenda, a observar atardeceres zamoranos (Jesús María Zamora fue pintor de ellos, como pocos); arreboles que más tarde, ya en la vejez, pude comparar con los del Llano, avistados desde el alto de Menegua (Puerto López). Abril, de nostalgia y de recuerdos. Continuaría.

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