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Acción y reacción

María Elvira Samper
29 de abril de 2012 - 01:00 a. m.

Parece paradójico que cuando el presidente Santos tiene la mayor exposición en medios, incluida carátula de Time, gracias a la VI Cumbre de las Américas, la encuesta ‘Colombia Opina’ de RCN-Semana, hecha en esos días por Ipsos-Napoleón Franco, registre un bajonazo de 13 puntos en popularidad, más de un punto mensual en nueve meses (julio 2011-abril 2012). Pero no hay tal paradoja, pues la Cumbre fue sólo un relumbrón pasajero que no podía modificar la tendencia descendente de la imagen presidencial y la percepción creciente de que hay mucho tilín, tilín y poco de paletas, que son más las promesas, las buenas intenciones y la retórica del Gobierno, que los hechos concretos.

Mientras al presidente y a sus ministros de Hacienda, Minas y Comercio Exterior se les hace agua la boca hablando de inversión extranjera, crecimiento económico, TLC y la imagen del país en el exterior como estrella emergente, a los colombianos pobres el agua les inunda casas, sembradíos y vías, y el brillo de la estrella no los ilumina: el 60% de los estratos 1 y 2 considera muy mala la situación económica y el 59% que Santos ha incumplido sus promesas. Obras son amores y no buenas razones… Notificación de descontento a la que el presidente respondió acelerando el ya cantado nombramiento de Germán Vargas en el Ministerio de Vivienda, con el encargo de sacar adelante en 24 meses un plan de vivienda gratis para cien mil pobres de los más pobres.

Rápida reacción para contrarrestar el bajonazo, que permite varias interpretaciones y que entraña un gran riesgo. En primer lugar, se trata de un intento de Santos para conectarse con los más necesitados mediante un programa que, además de que genera empleo, da réditos políticos. En segundo lugar, significa un segundo aire para el ministro Vargas, quien ya no tiene el altísimo protagonismo que tuvo en la pasada legislatura y crea un escenario propicio para que demuestre su capacidad de ejecución y para abonar el camino bien sea para la reelección de Santos —él como coequipero— o para su segunda candidatura en caso de que el presidente decida no buscar un segundo mandato. En tercer lugar, como el programa está dirigido a los estratos más bajos donde el expresidente Uribe es muy popular y Santos poco, Vargas se convierte en pieza de contención frente a las aspiraciones del uribismo. En cuarto lugar, la decisión de Santos de sacar a Beatriz Uribe, la única ficha uribista del gabinete, es otra señal de que no está interesado en darle contentillo a su antecesor, y nombrar en reemplazo de Vargas a Federico Renjifo —santista purasangre de vieja data—, es un mensaje a la U de que quiere tener muy cerca a personas de su entraña.

Finalmente, el plan de vivienda gratis tiene un gran riesgo, porque es abrir un nuevo frente de expectativas en momentos en que el programa de reparación de víctimas y restitución de tierras, la gran bandera social del Gobierno, no parece haber cogido vuelo, y cuando el principal reclamo al Gobierno es por la falta de resultados concretos. No basta con el discurso de la vergüenza, porque somos uno de los países con más desigualdad de la región, ni con la promesa de la prosperidad para todos, ni con planes asistencialistas como el anunciado (necesario pero insuficiente para cerrar la brecha de la inequidad), si el modelo de desarrollo sigue siendo el mismo del gobierno anterior: el que privilegia la seguridad y las garantías para la inversión, el del crecimiento que no distribuye riqueza, sino que la concentra.

 

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