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Acerca de la jesusina

Ricardo Bada
28 de abril de 2011 - 11:00 p. m.

En el foro de una columna anterior, al responder a un comentaristas de los que se arrojaron al ruedo, escribí acerca de una amiga muy querida, supercatólica, a quien le acredito varios intentos de convertirme a su secta por medio de dosis masivas de jesusina.

No tengo el más mínimo interés ni el deseo de pasar por provocador ni por irreverente, aunque en el caso de Jesús, el hijo del carpintero y de María, me podría sentir bien acompañado: quien lea los evangelios sin anteojeras eclesiásticas ni sectarias, verá que su mensaje es provocador y es irreverente. Y que el capítulo de la resurrección de Lázaro se puede leer como el guión de una película de Hitchcock: es casi un relato de humor negro.

El problema básico que tenemos los agnósticos y que posiblemente tengan los descreídos y los ateos, con Jesús, no es en realidad con él y sus enseñanzas: el Sermón de la Montaña, si bien se mira, es admirable; siempre que no perdamos de vista que consiste en una serie de promesas en el vacío de la fe: si crees en ellas, te mueres y hay un Reino de los Cielos, te sacaste el premio mayor de la lotería, pero si crees en ellas, te mueres y no hay nada, entonces ¿qué? Prometer paraísos es relativamente fácil: casi todos los regímenes totalitarios lo han hecho, así como todas las religiones (que son otros tantos regímenes totalitarios), y el resultado es harto conocido.

No, el problema básico no es con Jesús, que hasta nos puede caer bien, sino con lo que Saulo de Tarso hizo con su doctrina, doblegándola hasta el punto de que si a Jesús se le ocurriera darse una vuelta hoy en día por el Vaticano, así nomás, por hacer turismo terrestre, no tardaría en enarbolar el látigo como hizo contra los mercaderes del templo.

Y a su vez, lo más pior (como diría Cantinflas) es lo que el jesusismo hace con aquello que Saulo de Tarso hizo de la doctrina de Jesús: una serie inacabable de mensajes en formato pps que nos llegan día a día hasta nuestros buzones virtuales. Unos pps que resuman la pegajosa droga superadictiva llamada jesusina, sustancia compuesta a partes iguales de citas de los evangelios —pero como si los hubiese traducido Paulo Coelho— y de almíbar de durazno.
La desinencia “–ina” es temible. A la coca la convierte en cocaína, a la moral en moralina, y a la doctrina de Jesús en jesusina. Y con la letanía del “Jesús es amor” se han cometido algunos de los delitos contra la humanidad más perversos y más obscenos que se pueden concebir: los pedofílicos, en nombre del “Dejad que los niños se acerquen a mí”.

No tengo más remedio que hacer mía, al final de la columna, unas palabras del autor de la página Twitter que firma como @Dios_Padre, y en quien saludo a un congénere: “Si alguien ve a Benedicto XVI, díganle que se presente a mi oficina”.

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