Acotaciones y comentarios

Mauricio Botero Caicedo
13 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Debo confesar, como lo hace recientemente el columnista de El Tiempo Juan Lozano, que casi nunca he coincidido con las opiniones, y mucho menos las decisiones, del excomisionado de Paz Sergio Jaramillo. Reconozco, sin embargo, dos destacadas cualidades del negociador Jaramillo: su transparencia y el que, de manera gallarda y elegante, nunca utilizó su posición en las conversaciones de paz como “trampolín” para avanzar sus ambiciones personales, sean políticas o no lo sean.

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El precio del petróleo, que se había mantenido artificialmente alto en virtud de los esfuerzos del cartel de la OPEP, se empezó a derrumbar a finales de 2015, cuando el mercado se dio cuenta de que el poder de este tigre de papel era tan efímero como débil. Entonces argumentar, como lo hacen las altas autoridades, que un derrumbe de precios que lleva casi dos años es la razón detrás del pobre desempeño económico, no sólo no es verdad, sino que hace patente la falta de explicaciones legítimas por el paupérrimo crecimiento de la economía. Tampoco es muy creíble, después de haber respaldado durante cerca de siete años al criminal régimen de Maduro, que sólo ahora se dé cuenta el alto gobierno de que es una dictadura. Desde un inicio, el Gobierno sabía que el gobierno venezolano era socio de las Farc y del Eln en el narcotráfico, amén de proveedor de armamento y engranaje fundamental en el uso de su territorio como centro para atrincherarse, de esparcimiento y resguardo. Que en aras de no afectar las conversaciones de paz en La Habana se hubiera hecho el loco es harina de otro costal.

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Las recientes invasiones de tierra —utilizando argumentos falsos y espurios— por parte de algunos indígenas del Cauca sólo tiene un nombre: bandidaje. No existe absolutamente ninguna ley, ningún decreto, ninguna norma que les permita a los indígenas invadir tierras de propiedad privada. La enorme tragedia es que la baja popularidad del Gobierno, aunada a un incomprensible susto a molestar a determinadas minorías, hace que las autoridades no persigan a los bandidos con la firmeza con que constitucionalmente están obligadas a hacerlo.

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Maduro, el dictador de Venezuela, enfrenta un problema adicional: Diego Maradona se ha ofrecido como “soldado” para defender la revolución que a punta de bayoneta busca imponer el modelo del “socialismo del siglo XXI”. La pregunta obvia es que, de aceptar la oferta de este payaso, ¿se le coloca de supervisor del tráfico de “perica”, en donde el argentino ha dado muestras suficientes de tener amplios contactos, o se le ubica en un pertrecho estratégico en la plaza de Altamira para intentar agarrar a patadas a los opositores del régimen?

De parte de un amigo del sur he recibido las grabaciones de las reuniones de una nueva organización con el llamativo nombre de Cleptómanos Anónimos, escenas que son tan conmovedoras como desgarradoras. En ellas aparece una señora (maquillada hasta las cejas y más ajada que entrada en años) que afirma sin poder controlar el llanto: “Me llamo Cristina… y hace dos años (sob… sob...) no robo…”. En otra escena aparece otra mujer exclamando entre sollozos: “Me llamo Dilma… y hace (sob… sob…) seis meses no recibo una sola coima… ni siquiera de Odebrecht…”.

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