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Adios al culiprontismo

Arlene B. Tickner
13 de mayo de 2015 - 02:48 a. m.

La decisión del presidente Santos de pedirle al Consejo Nacional de Estupefacientes la suspensión del uso de glifosato en la aspersión aérea de los cultivos ilícitos ha sido celebrada como responsable, ya que obedece a una voluminosa y convincente evidencia empírica sobre la inefectividad de ésta como estrategia de lucha antidrogas, así como sobre sus efectos dañinos para la salud pública.

A su vez, puede considerarse políticamente oportuna, toda vez que la erradicación forzosa química ha tenido el efecto de criminalizar y marginar aun más las zonas cocaleras del país, cuando el objetivo debe ser el contrario: acercar el Estado a ellas. 
 
La política exterior de Santos constituye incluso una posición audaz, sobre todo frente a EE.UU. Desde los años ochenta éste ha impuesto la “guerra contra las drogas” como respuesta única al narcotráfico mediante una combinación de incentivos comerciales, ayudas económicas y militares, y sanciones que han torpedeado cualquier intento de solución alternativa entre los países afectados. Pese a ello, Colombia no ha sido una simple “víctima” de esas imposiciones, sino que ha ejercido la promoción activa de una “relación especial” en torno a las drogas con una suerte de entreguismo —fundamentalista en el caso Uribe— al recetario antinarcóticos diseñado por Washington. Al convertirse en el primer mandatario en ejercicio en invitar a la reevaluación crítica de las estrategias actuales, Santos se había distanciado de esa línea, sin alejarse en la práctica —hasta ahora— de las  fórmulas convencionales para combatir la producción y el tráfico de coca y cocaína.
Una señal inconfundible de que EE.UU. está perdiendo su tradicional dominio sobre el tema y que los términos de la relación con Colombia están cambiando, se observa en las reacciones de distintos funcionarios de la administración Obama. Una vez establecido su desacuerdo, reafirmado que la fumigación es el medio más eficaz y seguro para eliminar la coca, y advertido que el crecimiento en los cultivos ilícitos entre 2013 y 2014 puede continuar de abandonarse dicho método, en todas éstas se reconoce la competencia de Colombia para decidir. En otras palabras, y más allá de su tono paternalista, el mensaje es distinto. No de otro modo puede entenderse la columna reciente escrita por el embajador Kevin Whitaker en El Tiempo, que dice que EE.UU. le seguirá “cubriendo la espalda” a Colombia.
 
Al contrario de la afirmación además impropia del procurador Ordóñez —quien parece más candidato político que funcionario público—, lo del glifosato debe considerarse no como un arrodillamiento ante las Farc, sino como un adiós al culiprontismo que ha caracterizado la relación  con EE.UU. Además de Colombia,  México y Centroamerica  promueven la renovación del debate  sobre drogas y han encontrado obstáculos similares a la hora de abandonar aquellas políticas que tanto critican, reproduciendo así la mentalidad dogmática que subyace la “guerra contra las drogas”. Más allá del impostergable abandono de la aspersión aérea, queda por verse hasta qué punto Santos logra dar la vuelta completa.
 

 

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