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Aereo TV, no va más

Juan Carlos Gómez
14 de julio de 2014 - 02:00 a. m.

Hace unos días la Corte Suprema de Estados Unidos declaró ilegal el servicio de la empresa Aereo que distribuía en internet las señales de televisión abierta radiodifundida (broadcast). Aereo empezó su negocio en 2012 y se había convertido en un sustituto de la televisión por suscripción, gracias a que su tarifa comparativamente era hasta veinte veces menor.

Aereo significó una gran innovación tecnológica, pues a cada cliente le asignaba una antena —del tamaño de una moneda— conectada a internet, que permitía acceder a señales de televisión abierta. Así, el usuario recibía en tiempo real la programación en cualquier terminal (computador, tableta o teléfono móvil) o podía grabarla, para su posterior disfrute. Aereo alegó que era el usuario —y no esa empresa— quien accedía a esas señales, pero la Corte encontró que en realidad era un indebido aprovechamiento de los contenidos a cambio de una remuneración.

La decisión de la Corte se basa en un principio tan simple como contundente: la señal de la televisión abierta radiodifundida es libre y gratuita para los televidentes, pero no para terceros que se lucran de esa señal que distribuyen. La retransmisión de la televisión abierta, sin importar la plataforma a través de la cual se haga, es un acto dispositivo y una ejecución pública que no puede realizarse sin la autorización de su titular.

Es una buena noticia para los operadores de televisión abierta radiodifundida, pues el fallo de la Corte implica una ratificación de su derecho a cobrar por su señal (copyright) cuando esta es retransmitida. Para los operadores de televisión cerrada (cableada y satelital), también es una buena noticia, pues desaparece Aereo, un competidor directo de la televisión cerrada, aunque permanece la amenaza de Netflix, Hulu y Amazon, y la marcada tendencia de los consumidores a abandonar el cable (cord cutters) para recibir la televisión únicamente vía internet.

La decisión de la Corte en el caso de Aereo es un buen ejemplo de la seriedad y rigor que se necesitan para resolver las disputas que suscitan las nuevas realidades tecnológicas que enfrenta la televisión. No hay lugar, pues, para la intervención apresurada y populista de funcionarios bisoños y oportunistas. 

 

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