Aeropuerto

Aura Lucía Mera
14 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Fui de las que les tocó aterrizar en Techo cuando los DC-4 viajaban Cali-Bogotá, en medio de cumulonimbos que ningún radar detectaba, y pasaban rozando las montañas entre saltos mortales y vacíos de montaña rusa. Las bolsitas de papel para recibir todo lo que había en el estómago no daban abasto, el ruido de los motores era ensordecedor, los pasajeros santiguándose a cada rato. Estos viajes grabaron en mi consciente o inconsciente un pánico al avión que ningún hipnotizador o psiquiatra ha podido eliminar.

Recuerdo aterrizar en Calipuerto en uno de los primeros jets, estando en la cabina, invitada por el capitán Carrasco debido a mi condición de “primera dama”. El avión tocó pista, pero no frenó. Siguió veloz haciendo eses hasta que se acabó la cinta asfáltica y seguimos dando tumbos por un potrero recién arado. Una vaca se atravesó y el aparato quedó incrustado entre el semoviente y la tierra. Abrieron las puertas con orden de saltar al vacío. Fui una de las primeras en lanzarse.

Poco después, como funcionaria de los Panamericanos, tuve la oportunidad de ser la primera, acompañada de Alfonso Bonilla Aragón, Nicolás Ramos y Jorge Herrera Barona, montados en mi carro de la época, en recorrer con el acelerador a fondo y el corazón palpitante de felicidad la pista del nuevo aeropuerto de Cali, en ese entonces Palmaseca, en la actualidad Alfonso Bonilla. También fuimos testigos del primer avión que aterrizó... brindis, abrazos, lágrimas de alegría. El sueño se había convertido en realidad. Cali tenía un terminal aéreo a todo dar. La arquitectura, diseño impecable de Julián Guerrero, caleño raizal, acorde con el clima del Valle, de líneas sobrias y elegantes.

Hace pocos días se inauguró la ampliación del Bonilla Aragón, con la remodelación de su antigua estructura y la bellísima ala para el tráfico internacional. Una verdadera obra de arte en diseño y distribución que sitúa al del Valle del Cauca como el terminal aéreo más importante de Colombia, sin los riesgos geográficos ni climáticos que presenta El Dorado en Bogotá.

Es de esperar que la Aeronáutica y todas las compañías aéreas le den a esta zona la importancia que merece y no tengan que aterrizar obligatoriamente en la capital para hacer transbordos innecesarios, lentos, riesgosos. Doy un ejemplo. Es inexcusable que para viajar a Quito desde Cali sea obligatorio subir a Bogotá, cambiar de avión y regresar hacia el sur. Un trayecto que sería de menos de una hora y se convierte en un viaje de todo el día. ¿Existe alguna lógica, fuera del centralismo avasallador? ¿Cómo explica Avianca el no tener un vuelo directo Cali-San Andrés? ¿El obligar viajar hasta Bogotá para llegar a Pasto o Popayán? Esto para referirme sólo a algunas arbitrariedades...

El sueño del caballero del alma en la mano, como calificó el poeta Eduardo Carranza a Alfonso Bonilla Aragón, se hizo realidad. Ahora el Valle del Cauca y el suroccidente colombiano tienen que exigir respeto y atención en las políticas de la aviación nacional e internacional.

Posdata: el aeropuerto Bonilla Aragón puede convertirse en el hub más importante de Colombia. Hub significa “cubo”, pieza a la que llegan y de la que parten los radios de una rueda. En el lenguaje aeroportuario define a un aeropuerto en el que una o varias compañías aéreas tienen establecido un centro de conexión o distribución de vuelos, tanto de carga como de pasajeros. Vallecaucanos: ¡a la carga!

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