Águila que vuela hacia atrás

Eduardo Barajas Sandoval
06 de junio de 2017 - 03:00 a. m.

Por consideraciones domésticas, Donald Trump ha incurrido, de manera arrogante, en una afrenta al interés común de la humanidad.  

Con alarde de displicencia, el presidente de los Estados Unidos decidió retirar a su país, uno de los mayores depredadores de la salud de nuestro planeta, del cumplimiento de obligaciones contraídas dentro del propósito común de contrarrestar los efectos devastadores del cambio climático. Para defender al exótico personaje, algunos de sus funcionarios tratan de montar el infundio de que el retiro del pacto no quiere decir que el presidente no crea en el problema; con lo cual todo lo que hacen es completar un cuadro que él mismo calificaría como desastroso. 

Tal vez con la mente puesta en cálculos de política interna, y rodeado de una selección de interesados en abolir las limitaciones de índole ambiental que entorpecen sus negocios, Trump apareció en un jardín de la Casa Blanca y, con ese gesto “mussoliniano” que usa para lucir imperial, se hizo aplaudir ante el anuncio del retiro de los Estados Unidos del Acuerdo de París , logrado después de más de dos décadas de negociación, y que ha sido uno de los logros más grandes en defensa de la naturaleza a escala global.  

La decisión se sumó a otras medidas tomadas en la misma dirección, con ese talante de dueño del negocio que tanto daño puede hacer cuando los gobernantes cubren su torpeza con la opción de ejercer a su acomodo el poder. Medidas que incluyen la “orden ejecutiva” orientada a eliminar regulaciones que pudieran limitar la emisión de gases como consecuencia del uso de carbón como combustible, el permiso de exploración minera en parques de propiedad federal, la puesta en marcha de un discutido oleoducto entre Dakota e Illinois, o el nombramiento de Scott Pruitt, confeso incrédulo en los efectos del dióxido de carbono, como Director de la Agencia de Protección Ambiental. 

Semejante hostilidad hacia la protección del ambiente y el manejo concertado de la acción internacional frente una amenaza común, tenía el precedente de cuando afirmó, en 2012, que la idea de cambio climático era una creación de y para los chinos, orientada a hacer menos competitiva la industria de los Estados Unidos. Solo que, para la época, lo que dijera un empresario convertido en personaje de televisión distaba mucho de tener las consecuencias de lo que diga, para propios y extraños, un presidente de los Estados Unidos, que tiene cierto tipo de obligaciones en favor de la armonía mundial. 

Los primeros agraviados con la negación y el retiro del compromiso adquirido en la Cumbre de París son los propios americanos que creen en la causa del medio ambiente, los que rechazan el populismo como argumento de gobierno, y los que piensan que los Estados Unidos no deben abandonar los rezagos del liderazgo que una vez ejercieron en el mundo occidental. Elon Musk, el prestigioso impulsor de Tesla, anunció que abandona los comités presidenciales de los que era miembro, por considerar que el cambio climático es real y que el retiro del Acuerdo de París no es bueno para los Estados Unidos ni para el mundo. Lloyd Blankfein, el jefe de la poderosa Goldman Sachs, dijo por su parte que la decisión es un retroceso para el medio ambiente y también para el liderazgo de los Estados Unidos en el mundo. Y Philip Levine, Alcalde de Miami Beach, ha anunciado que él junto con los alcaldes de otras ochenta y ocho ciudades de los Estados Unidos, están dispuestos a cumplir con el Acuerdo sobre Cambio Climático acordado el 12 de diciembre de 2015 por ciento noventa y cinco países.

Los demás afectados son los líderes de países amigos, sorprendidos por la descompostura del presidente americano en los recientes encuentros de la OTAN y los 7G, que pusieron en evidencia no solo su despiste en materias internacionales, sino su idea equivocada de tratar de comportarse, sin merecerlo, como el jefe de la manada, sin darse cuenta de que, con su actitud, deja libres espacios que otros tienen que llenar. 

Aparte de la Canciller alemana, que ya advirtió que Europa no puede contar más, por ahora, con los Estados Unidos, quien mejor representa el asomo de un nuevo paisaje en la cumbre del liderazgo del mundo occidental es Emmanuel Macron. El nuevo presidente francés, que no ahorró esfuerzos para mostrar su disgusto y su total falta de reverencia hacia Trump, habló inusualmente en inglés, desde el Palacio del Elíseo, para responder al anuncio de retiro americano del Acuerdo de 201, e invitó a los científicos, investigadores y empresarios estadounidenses a que vayan a Francia a trabajar en la lucha contra el cambio climático. Además, sugirió al mundo entero a reciclar el famoso slogan de Trump en favor de “América grande otra vez”, para convertirlo en el propósito de “hacer nuestro planeta grande otra vez”. 

Como solía suceder cuando los príncipes no habían madurado suficientemente, para gobernar con la prudencia requerida, algunos asesores del presidente de los Estados Unidos saltan a justificar las extravagancias y yerros del patrón. Como lo ha hecho la embajadora ante Naciones Unidas, Nikki Haley, que haciendo gala de argumentación de malabarista ha salido a decir que el hecho de que los Estados Unidos se hayan salido de un club no significa que no les importe el asunto, y que el presidente efectivamente cree que el clima del mundo está cambiando en parte debido a la polución, y que se ocupará del tema, sin que el resto del mundo tenga que decirles a los Estados Unidos qué es lo que tienen que hacer.

Todo lo anterior hace pensar que Trump y su equipo obran como si quisieran que el águila americana vuele de para atrás. Al pasar a figurar en la lista de los renegados del Acuerdo de París, en compañía de Nicaragua y Siria, surge un precedente que parece ir en contra de lo que hasta hace poco se hubiera esperado del protagonismo de la nación más poderosa de la historia. El nacionalismo excluyente y arrogante, el desprecio por una causa común de la humanidad, justificado con argumentos de poco peso, y el ejercicio de un liderazgo negativo, contribuyen a que no solamente en Europa, sino en todos los escenarios del mundo donde actúan, los Estados Unidos sean vistos en adelante, como lo dijo la ex presidenta de Irlanda Mary Robinson, como un Estado “malicioso”, o por lo menos cada vez menos confiable. 

 

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