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Albert Hirschman

Santiago Montenegro
06 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

CON LA MUERTE DE ALBERT HIRSCHMAN desaparece uno de los últimos grandes economistas que se pueden definir como verdaderos intelectuales, con una formación realmente integral, como lo fueron Adam Smith, Mill, Hayek o Keynes. Cuando el liderazgo intelectual saltó el Atlántico, desde las universidades europeas a las de los Estados Unidos, desde el LSE, Oxford y Cambridge a Harvard, MIT y Chicago, se consolidó la figura del experto. El que conoce una sola cosa, un solo tema, y lo conoce en profundidad. Pero solo sabe eso y poco más. En los demás temas es un ignorante, que ni siquiera le interesa o le importa lo que investigan sus colegas en la misma disciplina, menos aún lo que hacen los profesores en otras, como las humanidades. Hirschman investigó y publicó sobre muchos temas del desarrollo económico y de la economía política pero, quizá, en donde resalta más su erudición intelectual es en The passions and the interests, libro en el que argumenta que el origen del capitalismo tuvo fuentes ideológicas, en un largo tránsito que va desde una era en la que la labor de los comerciantes y banqueros era considerada pecaminosa, a otra en que finalmente no solo fue aceptada, sino reconocida como éticamente admisible. San Agustín definió como una de las causas de la caída del hombre el ansia de dinero y de posesiones. Un milenio después, en la concepción del mundo que describe Dante en La divina comedia, la situación era básicamente la misma. Pero en los cinco siglos que siguieron se produjo un cambio radical. Uno de los primeros dualistas, Maquiavelo, comenzó a hablar de que al ser humano había que entenderlo tal como era y que la moral cristiana no servía para entender y explicar muchas motivaciones, actuaciones y pasiones de los príncipes. Posteriormente, Hirschman muestra como los filósofos del siglo XVII abrieron un espacio al argumentar que, si bien las pasiones eran consustanciales al ser humano, se las podía contener oponiendo unas a otras. Pero fue solo en el siglo XVIII cuando comenzaron a argumentar que una de esas pasiones, el interés, podría tener efectos favorables, no sólo para la economía, sino también para el orden político. En tanto los efectos de las pasiones sobre la economía y la política eran impredecibles e irracionales, el amor por hacer dinero podría ser cultivado por el trabajo y por el comercio, actividades inocentes y poco peligrosas. En este análisis de las ideas, Hirschman hace un recuento apasionante del pensamiento de San Agustín, Maquiavelo, Bacon, Spinoza, Hume, Hobbes, entre otros, hasta que el concepto de la búsqueda del beneficio personal como una de las fuentes de la prosperidad general llegó a ser finalmente aceptado en el siglo XVIII, fundamentalmente en los escritos de Adam Smith.

No hace mucho tiempo, en un coloquio del Liberty Fund, un pequeño grupo de economistas, juristas, sociólogos y científicos políticos, encerrados en un hotel de Bogotá, tuvimos el privilegio de dedicar dos días enteros a discutir el pensamiento de Hirschman, bajo la moderación de su biógrafo, el profesor de Princeton Jeremy Adelman. Ese coloquio me confirmó, una vez más, la necesidad que tenemos en Colombia de analizar nuestra realidad, con todos sus problemas y ventajas, con una visión amplia, multidisciplinaria y crítica. Es decir, como Albert Hirschman entendió que había que estudiar la economía y los problemas del desarrollo.

 

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