Alcalde mata presidente

Juan Manuel Ospina
09 de abril de 2014 - 11:00 p. m.

En medio del sopor que se apoderó de la campaña presidencial y que parece no ceder, hay un interés ciudadano creciente por la elección atípica del nuevo alcalde para Bogotá, que se mantiene a pesar de la confusión que la rodea - ¿vuelve Petro por decisión del Consejo de Estado? ¿La intención real del Presidente Santos es buscar que Rafael Pardo termine el cuatrienio?... –, y cuando todavía no se conocen ni siquiera nombres de candidatos para el cargo. ¿Será que a la hora de la verdad importa más para la vida diaria de la gente, la alcaldía de su ciudad que la Presidencia de la República?

Una pregunta significativa en un país tan presidencialista como Colombia donde sigue fuerte su tradición centralista, por no decir centralizadora, a pesar de que la Constitución definió al municipio como la entidad fundamental de la división político – administrativa del Estado. Definición con pleno asidero en la realidad, pues es en el municipio donde el Estado tiene rostro, con nombre y apellido. Habla sobre y responde por las cosas que hacen parte de la vida diaria de la gente, de sus problemas y expectativas: el hueco al frente de la casa que nada que lo tapan y la farola del alumbrado público que lleva más de un mes fundida; que cerquita del centro comercial están robando celulares y que no están recogiendo la basura… Pero también del municipio depende la educación pública a la cual asiste más de la mitad de los niños de las ciudades (y ni que decir de las veredas), y el hospital y el puesto de salud y el acueducto. Una buena administración municipal es condición necesaria para que haya más inversión privada y más empleo, y se construyan más viviendas y espacios deportivos y culturales, y que su entorno rural tenga futuro; de ella depende lograr un espacio público decente y una cultura ciudadana vibrante.

Si se mira con atención lo que sucede en las negociaciones en La Habana y se escucha a los voceros de la guerrilla y del gobierno, así como los planteamientos de expertos y académicos, es claro que el cacareado postconflicto, los 10 años de la transición para construir las condiciones de la paz, tendrán un enfoque territorial que acabará de consolidar a regiones y municipios como los escenarios fundamentales de ese nuevo país que saldrá del cascarón gastado de lo actual, caracterizado por un divorcio creciente entre la gente que con sus necesidades y posibilidades que vive en las regiones, y los dineros y las decisiones centralizadas en una capital que es percibida cada vez más lejana de esa realidad, capturada por políticos que se hacen elegir regionalmente para luego ejercer su poder en y desde Bogotá. El colombiano, empezando por el bogotano, está hasta el techo con esa situación y ya no cree en el Congreso ni espera nada del Presidente. Le importa quién es su alcalde y en menor grado su gobernador.

O sea que lo que se vive hoy respecto a la apatía frente a la elección presidencial unido al interés y preocupación por la posible elección de un nuevo alcalde para Bogotá, es expresión de un proceso de fondo que conoce ya nuestra sociedad y que se acelerará con la crisis en curso del sistema y de las prácticas políticas como las conocemos y el efecto sobre la realidad territorial que pueden tener los diálogos de La Habana. Se dará inevitablemente un necesario sacudón a la vieja armazón de nuestra política, del cual no se escapan ni los partidos y movimientos menos viejos, será de fondo, dando la oportunidad de remover mucha rama seca, con la esperanza de que se origine su renacer, pero no para volver a lo de antes sino como renacimiento renovado, a tono con unos tiempos nuevos. Un renacer del quehacer político que brotará y se expandirá desde las regiones y ciudades. Eso es lo que sugiere lo presente con sus claro oscuros.

 

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