Alemania

Juan David Ochoa
24 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Después del polvo y del exterminio, y de la fractura cataclísmica que les llegó después con la partición de los aliados en su ciudad central, y de ese muro humillante que los siguió fusilando por otras cuatro décadas, y del reinicio histórico, y de la destrucción de la moneda, y de la deuda con el Plan Marshall que duró otro medio siglo para liquidarse, y del látigo psicológico que les pesa aún por lo que representa el nombre de su país en los abismos del tiempo. Después de la culpa y del castigo, Alemania aparece de nuevo entre las tormentas de Europa, pero con el báculo inverso de Angela Merkel para salvarla.

Los tres periodos consecutivos de la canciller no son simplemente anecdóticos ni gratuitos. Su reelección continua responde a las decisiones frontales en la crisis económica del año en que el mundo estuvo al borde de la implosión, incluso en un estatus de mecenas internacional para que Grecia y Portugal no cayeran en desastre, y a la dirección del Tratado de Lisboa que salvó al continente en el resguardo de su integración, y al pragmatismo de las decisiones sin discursos abstractos. Aunque Merkel pertenece al ala derecha de la política, ha hecho de la consciencia histórica de Alemania lo que promulga la ética pomposa de la UE, albergando a los refugiados que huyen de los otros estallidos del mundo que causó la misma Europa en sus años de invasiones bárbaras, y confrontando a sus países aliados para que lo hagan, ellos que tuvieron imperios anteriores al surgimiento de Alemania como país oficial, y que arrasaron continentes enteros y borraron etnias antiguas del mapa.

Merkel, mástil alterno del martillo loco de Washington, sostiene ahora los paradigmas en que se ha intentado sostener Occidente desde su reinvención, después de dos guerras mundiales que acabaron con los idealismos y con la seguridad de un humanismo permanente. Pero el equilibrio no deja de estar amenazado por los monstruos de cada siglo y cada ajuste del tiempo entre los sismas: la traición de Trump al convenio mundial por el cambio climático, la intervención de Putin en el panorama internacional en busca de una nueva hegemonía con sus espías silvestres, la promesa apocalíptica y práctica de ISIS, los inmigrantes desbordados, el aislamiento del Reino Unido, el nerviosismo de las bolsas; ruedas sueltas y progresivas en el tiempo que seguirán martillando a Europa aunque Alemania siga resistiendo con su pragmatismo y sus reservas, que también tendrán límites y fin en la extensión de los plazos presionados por el miedo cada vez más  capitalizado por los partidos ultras que siguen en ascenso y empatía por los países del desequilibrio.

Y sobre todos los dilemas y todas las presiones, otro riesgo atormenta la voluntad y el pragmatismo de la todopoderosa de Europa: la decisión siempre polémica de fortalecer su frágil ejército: unas tropas con bajo perfil y baja imponencia por razones históricas obvias, ahora cuando las coyunturas parecen pedir una predisposición armamentista y una logística de reacción sin posibilidad al error.

De nuevo y como siempre, Alemania tiene la batuta del tiempo. Lo hizo estructurando la ética con Kant, lo hizo renovando la interpretación moral del mundo con Nietzsche, lo hizo sobrevolando la música de las esferas con Wagner y Beethoven, lo hizo destruyendo el mundo, y lo sostiene ahora desde un atril humano del protagonismo con la mujer más poderosa de su historia política.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar