Ambivalencias mexicanas

Daniel Emilio Rojas Castro
06 de junio de 2017 - 03:00 a. m.

Como ocurre con sorprendente recurrencia con los argentinos, entre los mexicanos hay un rechazo pasivo a los juicios, comentarios o experiencias sobre el narcotráfico que provengan de la boca de los colombianos.

Basta abordar el tema para comprobarlo. Cualquier paralelismo entre Colombia y México se diluye entre mofas y descalificaciones que omiten las consecuencias de la violencia producida por los traficantes y le dan a los mexicanos la seguridad presuntuosa de no ser parte del problema. Por eso queda la duda de si nuestros hermanos del norte son realmente conscientes de lo que se les vino encima.

Y queda la duda porque hay muchas ambivalencias mexicanas al hablar de narcotráfico. Al tiempo que la sociedad rechaza la violencia que producen los carteles, enaltece el coraje del Chapo Guzmán, la fidelidad familiar del cartel de Sinaloa y la riqueza mal habida de los jóvenes que lograron ingresar unos cuantos kilos de cocaína a los EE.UU. y que, convertidos en distribuidores minoristas de drogas y ladrones de apartamentos, envían cumplidamente la remesa a sus esposas, hijos y familiares.

Para el campesino oaxaqueño o el chilango cosmopolita la condena social no recae en los traficantes, sino en los consumidores, que como es bien sabido forman el eslabón más débil y vulnerable de toda la cadena. Varias encuestas demuestran que entre el 80 y el 85% de los mexicanos se oponen a cualquier proceso de legalización de la marihuana o de la cocaína, a pesar de que, como en Argentina, el consumo interno no haya dejado de crecer en los últimos años. El fantasma del vínculo entre consumo de drogas y acto delictivo está tan presente, incluso entre las jóvenes generaciones, que hablar del narco sin amalgamar al usuario y al delincuente es bastante difícil. En cambio, al hablar de la relación entre pobreza, violencia organizada y corrupción política  se impone un negocionismo facilista que caracteriza a México tan sólo como « el lugar de paso » de la droga que viene de América del sur.

Según el último estudio de J.G. Tokatlian, por cada dólar que se gasta para reducir la demanda de drogas en México, se invierten 16 para controlar lo oferta. El enfoque que el general Oscar Naranjo le propuso al presidente Peña Nieto pretendía igualar uno y otro rubro además de crear pasarelas entre el ejército y la policía para luchar contra las organizaciones mafiosas. Pero Naranjo se alejó discretamente de México para regresar al gobierno Santos después de la creciente oposición que provocó entre las FF.AA. su nombramiento como consejero presidencial. Si la oposición a Naranjo la provocó un nacionalismo tequilero o el temor a una reforma que privara de fondos al ejercito es difícil de saber, pero queda el interrogante de si en México la preferencia nacional prima sobre el pragmatismo global, que es la única vía eficaz para luchar contra las redes mafiosas. 

Sublimar los valores del narcotráfico y crear un romanticismo plebeyo en torno suyo es un reflejo común en sociedades signadas por la desigualdad social, pero nada desdibuja con tanta contundencia el espejismo del Robin Hood que le quita a los ricos para darle a los pobres como los miles de víctimas producidas por la violencia  de los carteles.

Hermanos mexicanos: para reconstruir la esperanza y combatir a los grandes traficantes el primer paso es aceptar la realidad, no ocultarla ni evadirla.

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