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Apuesta loable, pero ingenua

María Elvira Samper
06 de junio de 2010 - 04:00 a. m.

MOCKUS ENTRA EN LA SEGUNDA vuelta electoral, no en un cabeza a cabeza con Juan Manuel Santos como anticipaban las encuestas, sino con una diferencia tan amplia que hace prácticamente imposible alcanzar y/o superar al candidato de la U, quien ya se siente en la antesala de la Casa de Nariño.

Los resultados del domingo 30 demostraron que la opinión es volátil, muy volátil, y que no es suficiente para elegir Presidente. Unos se quedaron en la sola intención de votar, otros se cambiaron en la mitad del partido y los más se abstuvieron como siempre lo han hecho. Para los verdes fue un aterrizaje de barrigazo frente a las expectativas creadas, pero aun así los 3’120.000 votos que obtuvieron constituyen un triunfo, pues doblan el número de los que sacaron en la consulta interna de marzo. Una victoria lograda sin partidos, sin maquinaria, sin caciques, sin organización electoral (buses, busetas, tamales…), en contravía de la aplanadora uribista con el propio Uribe al timón y el apoyo del aparato de gobierno. Aun con todos los factores de poder en contra y pese a errores, contradicciones, vacilaciones y el “papayazo” de los impuestos, que nutrieron el argumento uribista, según el cual votar por Mockus era como lanzarse al vacío (algunos calculan que le hicieron perder entre cinco y seis puntos porcentuales), el candidato logró convertir la ola verde en la segunda fuerza política del país: duplicó la votación de Cambio Radical y del Polo, triplicó la del Partido Conservador y multiplicó por cuatro la del Partido Liberal.

En ese caudal de votos hay un mensaje de cambio y un capital enorme para cuidar y evitar que se extravíe en la recta final. Una tarea titánica, pues se trata de remontar los 25 puntos porcentuales que separan a Mockus del heredero de Uribe y eso requiere con urgencia hacerle una reingeniería de fondo a la campaña. No hay tiempo que perder. Necesitan expertos en elecciones, menos filosofía y más política, aterrizar los mensajes abstractos en propuestas concretas y viables, modificar las estrategias de comunicación, recuperar y destacar los logros del candidato en la Alcaldía de Bogotá (y los de ‘Lucho’ y Peñalosa, más los de Fajardo en Medellín). Hay mucho que mostrar en materia de ejecución en las dos ciudades más importantes del país.

El candidato debe enmendar la plana. Debería oír más a los expertos —los tiene de primer nivel en todos los campos— y confiar más en ellos que en su propia intuición. Pero sobre todo debe dejar de comportarse como pastor de secta, que fue lo que hizo el domingo de elecciones cuando, con todos los medios encima y millones de colombianos pendientes, en lugar de hacer un pronunciamiento político contundente y tender puentes a los perdedores, resolvió oficiar una especie de ceremonia ritual con sus seguidores, que repetían como un mantra “la vida es sagrada, la vida es sagrada…”.

Mockus dice que no quiere alianzas con fines burocráticos y es lo que se espera de él, y con respecto a un acuerdo que se presumía posible con el Polo, prefiere a “cada loro en su estaca”, porque cree que cada partido debe tener una identidad clara. Descartados los acuerdos políticos formales, la apuesta es por “una gran alianza ciudadana” que atraiga a los votantes que aspiran a un cambio y que le rompa el espinazo a la abstención. Una apuesta loable, pero ingenua que, me temo, traerá nuevas frustraciones.

Mientras tanto, en la otra orilla campea el triunfalismo y Santos avanza como un pánzer con su propuesta de un gobierno de “unidad nacional”, algo así como un nuevo Frente Nacional que no se sabe muy bien en qué consiste, pero que no logra disimular bien un peligroso desiderátum unanimista que lleva enquistado el propósito de arrinconar a la oposición. Ojalá me equivoque. Sería grave para nuestra democracia pasar de un mesías a un emperador.

 

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