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Aquí no se vive bien

Ana Milena Muñoz de Gaviria
29 de mayo de 2008 - 01:32 a. m.

CADA VEZ QUE TRANSITO POR ESTA ciudad siento incomodidad y preocupación; algo no está marchando como correspondería a una metrópolis como ésta. Mejoría, como algunos pretenden ufanarse, no hay ninguna y, por el contrario, el tráfico es cada vez más lento y pesado, los carros no caben, las calles son más angostas, el sentido de las vías no obedece a las necesidades del flujo vehicular, las zonas verdes son escasas y cada día se desploman hermosas casas para construir grandes edificios.

Algo definitivamente está mal: o no hay  planeación, o la planeación no tuvo en cuenta diversas realidades propias de sociedades en crecimiento como el aumento de carros y el crecimiento poblacional; el sistema de transporte integrado es tan sólo un nombre y un sueño que carece de vías rápidas y de transporte masivo organizado; y el sistema de desconcentración de funciones y de autonomía en materia de edificaciones es un fiasco que depende de curadores que aplican unas normas de manera —por decir lo menos— desordenada y, a veces, arbitraria y sospechosa.

Todo, en definitiva, atenta contra el bienestar de la ciudadanía no sólo en cuanto a movilidad, sino en relación con el medio ambiente, la calidad de vida y aun la estética. En Bogotá, en ese sentido, no se vive bien y la ciudad no es la más bonita: piénsese en la carrera séptima, insignia capitalina; visítese lo que se conocía como la Soledad; mírese la Perseverancia, para solo mencionar algunos ejemplos. Y es que una cosa es que haya mejorado y que haya edificaciones aisladas impactantes como las de Salmona, y otra muy distinta es que esta ciudad sea bonita.

Con razón comentaban hace algunos días unos extranjeros de visita en la ciudad que aquí no hay trancones como en el resto de las grandes ciudades sino atascos monumentales en los que no se avanza, y que en Bogotá para recorrer unas pocas cuadras se pude demorar uno hasta una hora. Señalarán algunos que hay que caminar más y quejarse menos, pero la verdad es que ni el clima ni los andenes facilitan esa labor.

Qué decir de esta caja de Pandora en la que sin ninguna aparente explicación la vivienda se mezcla con oficinas o con zonas de entretenimiento como pueden ser restaurantes, bares y discotecas. Un ejemplo claro de esta situación lo constituye Usaquén, localidad en la que sus habitantes se vieron en la necesidad de poner en  sus ventanas avisos clamando por un poco de  “SILENCIO”, porque la bulla en las noches y especialmente en los fines de semana volvió invivible la zona. Y por supuesto al ruido se le suma el tráfico, que en razón a la naturaleza renovada de la zona aumenta y la  hace intransitable.   

A esta ciudad, popurrí de vivienda y negocios, se le suma la falta de zonas verdes. Parece no coincidir el discurso con la realidad y no aparece claro para la ciudadanía que mientras se expropian zonas  como el Country, que de paso ya era zona verde, se permite la construcción de nuevos inmuebles en áreas que podrían ser parques o nuevas zonas verdes. Simultáneamente, en supuesta defensa de los espacios públicos, se ha obligado a la ciudadanía, no a toda claro está, a levantar sus cerramientos sacrificando así espacios de entretenimiento concebidos y mantenidos por comunidades organizadas.

En definitiva, no da espera la toma de decisiones de fondo que contribuyan a sacar a esta inmensa ciudad del enredo en que se encuentra; el metro y los trenes de cercanía que garanticen transporte para quienes viven en los suburbios capitalinos deben combinarse con medidas inmediatas que corrijan algunos de los más graves síntomas que hoy padecemos los bogotanos y a los que me he referido en el día de hoy.

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