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Una nueva agenda de los Estados Unidos para América Latina

AL PRÓXIMO PRESIDENTE NORTEAmericano no le resultará una tarea sencilla remediar el embrollo internacional heredado de la administración Bush. Si bien América Latina no será una prioridad ni para la administración de Obama ni para la de McCain, seguir con la desatención de los últimos siete años por parte de Estados Unidos ya no es viable.

Jorge Castañeda *
18 de octubre de 2008 - 12:14 a. m.

 Se destacan dos desafíos político-diplomáticos diferentes: la inminente transición o crisis de sucesión de Cuba y el continuo ascenso de las “dos izquierdas” de la región, una representada por el presidente Hugo Chávez de Venezuela y, la otra, por el cada vez más influyente presidente Luiz Inácio Lula da Silva de Brasil. La próxima administración norteamericana sólo resultará exitosa si entiende que América Latina está atravesando un período que combina los mejores y los peores aspectos de su historia: el más rápido crecimiento económico desde los años 1970, con una reducción de la pobreza y la desigualdad, y una actitud más democrática y respetuosa de los derechos humanos que en cualquier momento antes, pero cada vez más polarizada políticamente.

En Cuba, el eventual alejamiento de Fidel Castro de la escena representa un inmenso desafío. Estados Unidos no puede seguir adelante con las políticas fallidas del pasado medio siglo. Exigir una transición democrática con todas las de la ley como prerrequisito para normalizar las relaciones norteamericano-cubanas no es realista y a América Latina le resulta indigestible. Sin embargo, Estados Unidos no puede dejar de lado la cuestión de la democracia y los derechos humanos en Cuba mientras espera la partida del hermano de Fidel, Raúl.

La realpolitik y el miedo de otro éxodo de refugiados cubanos por los canales de Florida puede tentar a Estados Unidos a buscar una solución “china” o “vietnamita” para Cuba: normalizar las relaciones diplomáticas a cambio de una reforma económica, dejando para más tarde la cuestión del cambio político interno. Pero Estados Unidos no debería sucumbir a esta tentación. Estados Unidos, Canadá, Europa y América Latina han construido un marco legal regional, que no debe abandonarse, para defender el régimen democrático y los derechos humanos en el hemisferio.

Cuba necesita retornar al concierto regional de potencias, pero debe aceptar las reglas de este concierto. Llevar a cabo elecciones libres y justas tal vez no sea la cuestión principal, pero tampoco es algo que debería postergarse por el bien de la estabilidad y viabilidad. Las elecciones, más bien, deben ser parte de un proceso abarcador de normalización: no deberían ser ni un ultimátum ni algo sin importancia. Si bien Estados Unidos debería levantar su embargo comercial tan pronto como comience la transición de Cuba, todo lo demás debería estar sujeto a que Cuba inicie un proceso de resolución de todas las cuestiones pendientes.

Pero Cuba es sólo parte de lo que podría llamarse el problema de la “izquierda” de América Latina. De hecho, se ha escrito mucho recientemente sobre el ascenso de la izquierda en América Latina en la última década. Por cierto, hay dos izquierdas en la región: una izquierda moderna, democrática, globalizada y amiga del mercado, que se encuentra en Chile, Brasil, Uruguay, partes de América Central y, hasta cierto punto, en Perú; y una izquierda retrógrada, populista, autoritaria, estatista y antinorteamericana, que se encuentra en México, El Salvador, Nicaragua, Cuba, Ecuador, Bolivia, Venezuela y, en menor medida, en Argentina, Colombia y Paraguay. Algunas de estas “izquierdas” están en el poder; algunas, como en México en su última elección presidencial debatible, estuvieron a punto de conquistarlo, pero todavía pueden hacerlo.

En los últimos dos años, se ha vuelto cada vez más evidente que la izquierda “moderna” o “blanda”, en términos generales, está gobernando bien. La otra izquierda demostró ser más extrema y errática de lo que muchos anticiparon. La primera no siente ningún afán por “exportar” su “modelo”, mientras que la segunda tiene una estrategia y los medios para hacerlo.

 La izquierda retrógrada hoy puede concretar el viejo sueño del Che Guevara: no “uno, dos, muchos Vietnam”, sino “una, dos, muchas Venezuelas”, que llegan al poder mediante las urnas y luego lo conservan y lo concentran mediante cambios constitucionales y la creación de milicias armadas y partidos monolíticos. Puede financiar todo esto con el apoyo de la compañía de petróleo estatal de Venezuela, implementando políticas sociales que son erróneas a largo plazo pero atractivas a corto plazo, especialmente si las llevan a cabo médicos, maestros e instructores cubanos.

 He aquí un dilema para el próximo presidente norteamericano: cómo abordar la clara fisura entre las dos izquierdas de un modo tal que mejore las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, fortifique a la izquierda moderna y debilite a la izquierda retrógrada sin recurrir a las fallidas políticas intervencionistas del pasado.

 Las mejores medidas concentradas estrictamente en América Latina son claras como el agua, si no fácilmente alcanzables. Requieren fortalecer a aquellos gobiernos de la izquierda moderna, o aquellos del centro o centro-derecha, amenazados por la antigua izquierda, y al mismo tiempo dejarle en claro a esta última que hay que pagar un precio por violar las doctrinas básicas de la democracia, el respeto por los derechos humanos y el régimen del derecho.

Darle la espalda a este tipo de desafíos ya no es una opción viable para Estados Unidos. Además de algunas cuestiones de particular interés (petróleo, armas, guerrillas, drogas), hoy Estados Unidos necesita profundamente a América Latina porque se está topando con una resistencia que brota en todas partes, y con mayor virulencia que en cualquier otro momento desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El próximo presidente norteamericano debe revigorizar una relación que está a punto de ser transformada sustancialmente por primera vez desde la Política de Buenos Vecinos de Franklin Roosevelt de hace siete décadas.

 * Ex ministro de Relaciones Exteriores de México (2000-2003), es profesor distinguido global de Política y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.

 © Project Syndicate 1995–2008

 

Por Jorge Castañeda *

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