Asquerosos quema-libros

Reinaldo Spitaletta
13 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

Los Tres Chiflados, cómicos norteamericanos y devotos judíos, fueron los primeros en Hollywood en satirizar a Hitler y su régimen genocida.

 “You Nazty Spy!”, un corto de 18 minutos, se publicó en 1940, primero que El Gran dictador, de Chaplin, y es una burla al ascenso del Führer al poder.

Los tres tontos, cuyo humor nunca estuvo dentro de la crítica especializada a la altura de los Hermanos Marx o del gran Chaplin, sortearon con facilidad la censura y se convirtieron en pioneros de la sátira cinematográfica a la dictadura nazi, con abordajes a la persecución de los judíos, la quema de libros, los campos de concentración y el expansionismo alemán. Y precisamente, acerca de los métodos hitlerianos de quemar libros, es que tratará esta nota, a propósito de los ochenta años de una de las maniobras oscurantistas cometidas por las hordas nazis.

¡Ah!, y como si fuera poco, en Colombia también ha habido presencia de expresiones nefastas inquisitoriales, como la ocurrida hace 35 años en Bucaramanga, y en la cual participó el actual procurador Alejandro Ordóñez.

Quizá los nazis no hayan sido los primeros en la historia de la infamia en quemar libros, pero sí condujeron, mediante esta aberración, a montar un sistema intolerante y en contra de las libertades públicas e individuales.

El ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, en rigor un ser debilucho y narcisista que siempre temió a Hitler, ordenó el 10 de mayo de 1933, quemar en público obras de Marcel Proust, los hermanos Mann, Stefan Zweig, Sigmund Freud, Emilio Zola, Carlos Marx y H.G. Wells, entre muchos otros. La quema, según Goebbels, le permitiría al “alma del pueblo alemán volver a expresarse” y echar luz sobre una nueva era. Y ya sabemos todos (bueno, todos es un decir, porqué hasta el procurador parece negar el Holocausto) de qué era se trató.

El 13 de mayo de 1978, en Bucaramanga,  la Sociedad de San Pío X convocó mediante carteles y avisos de prensa a un “acto de fe” para quemar “revistas pornográficas” y “publicaciones corruptoras”, como desagravio a la “Siempre Virgen María”. Los miembros del espantoso clan, quemaron libros que podían “perturbar las mentes juveniles”, como algunos de García Márquez, Rousseau, Marx y hasta una Biblia “protestante”, de acuerdo con denuncias realizadas por el columnista Daniel Coronell en la revista Semana.

Entre los quema-libros de Bucaramanga estaba Alejandro Ordóñez, el actual procurador. “Qué miedo de hombre”, podría decir alguna señora asustada. Siempre he creído que la censura es un acto de debilidad de parte del censor. Una perversión que busca desconocer (o borrar) al otro, un miedo hacia el que piensa diferente y no encaja en los dogmas del censurador o inquisidor.

Sobre la quema de libros, como se sabe, es célebre el sexto capítulo del Quijote, cuando el cura y el barbero arrojan a la pira textos que ellos creían habían contribuido a secar el seso del ingenioso hidalgo. Y modernamente está la especie de distopía de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, en la que los bomberos son los encargados de incendiar bibliotecas y de quemar a uno que otro lector.

En Medellín, por ejemplo, en los primeros 30 años del siglo XX, se impusieron  “dietas literarias”, que implicaban que trabajadores y jóvenes, solo podían leer El Obrero Católico y algunas “lecturas edificantes”, al tiempo que estaban proscritos escritores franceses (como Balzac, Flaubert y Zola), ingleses, rusos y colombianos como José María Vargas Vila, Rafael Uribe Uribe (en particular su alegato de cómo el liberalismo político no es pecado) y Fernando González. 

Ya el escritor alemán Heinrich Heine había dicho, mucho antes de las fogatas hitlerianas (y desde luego de las de los sacrosantos legionarios colombianos entre los que estaba Ordóñez): “ahí donde se queman libros también se acaba quemando seres humanos”.

Los Tres Chiflados, con su “You Nazty Spy!” (Tú, asqueroso espía), en la que hacen juego de palabras entre “nazi” y “nazty” (asqueroso), abofetearon a Hitler y su corrompido sistema. Con humor y con sus célebres golpes y cachetadas, fueron capaces, en pleno ascenso del nazismo, de cuestionar un régimen que persiguió y eliminó contradictores  a granel y pulverizó a seis millones de judíos en los campos de exterminio.

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