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"…aunque se vista de seda..."

Julián López de Mesa Samudio
03 de julio de 2013 - 11:00 p. m.

Hace años, frente a la Universidad del Rosario, Jenny y su madre, una mujer de largas y gruesas trenzas negras quien aún no había perdido su dejo campesino, se convirtieron para mí y mi generación en las proveedoras de cigarrillos, tinto, mentas y, algunos años más tarde, minutos a celular.

Cuando conocí a Jenny era una niña de unos diez años, de mejillas rozagantes, sonrisa tímida y ojos asombrados. Cuando dejé la universidad, Jenny no había perdido ni la timidez ni la sonrisa aunque para ese entonces ya cargaba consigo a su propio hijo. Años más tarde volví y la reencontré con su avejentada madre. Jenny, aún joven, era la sombra de la niña que fue. La sonrisa permanecía pero se había ido transformando en una mueca de rencor; sin esperanza. Vida durísima la de estas mujeres, quienes pertenecen al rango más bajo y despreciado del poderoso sector de los servicios. Su labor es ignorada, pero necesaria para el funcionamiento sano de la ciudad, pues no es poca la importancia del comercio al menudeo en nuestro medio. Todos hemos tenido que usar minutos, o comprar una menta o, en mi caso, cigarrillos.

Las monas son quienes nos proveen pasabocas para pasar los recesos y las pausas diarias. Las ha habido desde siempre y en todo sitio público donde se congreguen o pasen personas. Todos los que seguimos rutinas diarias de trabajo o estudio tenemos a alguien así a quien reconocemos en la cotidianidad y con quien eventualmente generamos una relación espontánea, aunque casi siempre conservando distancias insalvables. ¿Qué mayor distancia que no saber el nombre de quien vemos y con quien interactuamos a diario?

“Monita”, “monis”, “mona” son motes afectuosos o condescendientes las más de las veces, que al tiempo denotan cercanía y distancia. Empero, estas monitas tienen nombres propios e historias. Vaya si las tienen. Hace poco más de un año una de ellas saltó trágicamente a la fama, pues fue atacada tan violentamente que su crimen, que normalmente sólo sería un pie de página en la sección de crónica roja de ciertos diarios, trascendió, indignando por un par de días a los colombianos. Rosa Elvira Cely fue asesinada hace poco más de un año en circunstancias atroces. Ella también fue monita y quizás esta condición tan vulnerable y despreciada influyó en las circunstancias aberrantes de su muerte y en la posterior e igualmente nefasta reacción de los servicios de emergencia. Hoy no es un día especial en la cronología de Rosa Elvira Cely. Ningún aniversario particular se cumple. Empero, ella sigue siendo para mí el símbolo de la increíble vulnerabilidad a la que se ven expuestas cientos de mujeres trabajadoras en Colombia.

La sonrisa tímida de Jenny la conserva Johanna en la Universidad del Bosque. Su cajita es de principiante: seis compartimientos con pocos confites y algunas de las marcas de cigarrillos más conocidas. Poco más. Las tribulaciones a las que a diario se ve sometida aún no la endurecen, pues a pesar de ser aún una niña, mima a su propia bebé cual si fuese su muñeca. Esta columna es para Johanna. Johanna, no mona. Johanna, quien ya sin siquiera preguntar, pero siempre con esa dulce sonrisa, le pasa al profesor el cigarrillo de su marca predilecta.

@Los_Atalayas

 

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