Besar la mano del enemigo

Aldo Civico
26 de abril de 2017 - 03:00 a. m.

Los grandes desafíos globales de la humanidad requieren hoy de gran liderazgo. Desafortunadamente, la política nos ofrece hoy líderes mezquinos, mentirosos y de visión corta. El panorama es angustioso.

Colombia no es inmune a esta calamidad. El presidente Santos ha tenido el coraje de gastar su capital político en un acuerdo de paz histórico, pero no ha podido crear una narrativa transformadora que logre motivar al país para trascender el pasado y construir la paz. Nos quedamos a medias.

Los expresidentes Pastrana y Uribe mostraron su pequeñez colándose en el club privado de Trump para robarle un saludito, como hacen los fanáticos con sus ídolos. Aprovecharon el encuentro para hacer lo que saben hacer mejor, y que es lo más fácil: criticar y no más.

En lugar de esto, hoy necesitamos líderes que tengan la autoridad moral para luchar con determinación contra el cáncer de la corrupción y sepan construir un horizonte de reconciliación que permita al país progresar, crecer y renovarse.

Por eso, un liderazgo adecuado para Colombia necesita la capacidad de instaurar una relación distinta con el enemigo histórico. En este sentido, una lección la enseña el poeta griego Homero en su obra Odisea, que gira alrededor de la figura de Aquiles.

Después de que Héctor mata al amigo de toda una vida de Aquiles, Patroclo, Aquiles se va en un arranque de ira y masacra a todos los troyanos que puede. Cuando finalmente llega a Héctor, Aquiles lo sacrifica frente a los ojos de sus padres, Hécuba y Príamo, y arrastra su cuerpo a través de las llanuras de Troya.

En contra de la opinión de todo el mundo, que le temía a la furia de Aquiles, el padre de Héctor, el sabio rey Príamo, decide ir a reunirse con Aquiles para pedirle que le devuelva el cadáver de su hijo. Príamo se va al campamento de Aquiles y sin hesitar entra en su tienda.

El encuentro entre Príamo y Aquiles es conmovedor. Príamo se arrodilla ante el asesino de su hijo, toca sus rodillas y besa sus manos. Le dice a Aquiles: “He soportado lo que ningún otro hombre ha soportado, para traer a mi boca la mano del hombre que mató a mis hijos”. Y mientras él todavía está de rodillas gritando de dolor por su hijo, Aquiles suavemente toma la mano del anciano y se rinde a su propia pena. Aquiles llora junto a su enemigo en un momento abrumador, cuando ambos tienen que enfrentarse al destino común del hombre. Aquella enorme rabia que permitió a Aquiles cruzar todos los límites, ahora se congela por respeto y compasión por el noble anciano de pelo blanco. Aquiles invita a Príamo a comer con él, como lo solía hacer con Patroclo.

En esta escena, Homero nos invita a conectarnos con la unicidad de nuestra humanidad, que no está en el odio y la venganza, sino en la libre elección de perdonar y de reconciliarnos para un bien más grande. Y hoy no necesitamos de líderes que nos inciten al odio y la venganza, sino de líderes que sepan resaltar la unicidad de nuestra humanidad, tejiendo puentes y diálogos.

 

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