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Bienvenida Comisión

Alberto Carrasquilla
05 de marzo de 2015 - 02:33 a. m.

De cara a la inevitable necesidad de rehacer casi por completo nuestro desastroso sistema tributario, y de la urgencia que imponen las difíciles circunstancias fiscales que vivimos, atinó el Gobierno por partida doble.

Primero, con la idea de encargar la elaboración y presentación de una propuesta independiente que le ponga, en pocos meses, telón de fondo  respetable a lo que será, sin duda, un álgido debate. Segundo, nombrando para el empeño a un equipo intachable que combina el conocimiento del tema con una experiencia tan práctica como amplia.

Nuestro estatuto es tan perverso que las grandes aristas que merecen reflexión son muy fáciles de identificar y lo han sido en diversas ocasiones, incluidos trabajos estupendos elaborados por varios de los miembros del comité de marras. Uno intuye que se va a proponer bajar, unificar y simplificar radicalmente la estructura que grava directa e indirectamente las utilidades empresariales. Que se va proponer ampliar considerablemente la base aplicable a la renta de las personas naturales, incluyendo las provenientes del capital y las mesadas pensionales. Que se va proponer ampliar de manera radical la base gravable del IVA, con elevación y unificación de tarifas y con algún tipo de devolución redistributiva. Y que se va a proponer eliminar los impuestos sobre la riqueza, al menos su componente nacional, y sobre las transacciones financieras. Cada una de estas propuestas tendrá su espeso y difícil debate, no siempre en escenarios transparentes, y habrá casos en que no serán aceptadas. Pero bueno, como diría Pambelé, siempre es mejor tener buenas propuestas que no tenerlas.

Lo bueno que tiene saber que hay gente de primera pensando en el fondo de la estructura tributaria y sus efectos de largo plazo, y no solamente en la superficie coyuntural del recaudo necesario, como ha sido en general el caso desde la reforma de 1986, por decir algo,  es que da la oportunidad para que muchas ideas, relegadas al rincón de los muebles viejos, puedan ser desempolvadas y merezcan su rato al sol. 

Una de estas ideas arranca por cuestionar la costumbre de gravar la inversión, especialmente en países, como Colombia, con escasez de capital. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se grava el ingreso, ya que el ingreso es la fuente tanto del consumo como de la inversión. Todos los países del mundo reconocen este hecho y lo reversan, parcialmente, a través de regímenes usualmente cargadísimos de recovecos que permiten deducir en montos arbitrarios la depreciación y la obsolescencia. La arbitrariedad del régimen de depreciación hace que todas las empresas terminen pagando impuestos por el hecho de hacer una inversión, elevando el precio del capital y dificultándoles generar empleo, y hace también que haya diferentes tarifas efectivas según sea la relación entre la depreciación real y la estatutaria y a la relación entre deuda y capital utilizada para optimizar tributariamente la adquisición, de cara al recoveco de la depreciación, principalmente. Una solución práctica y sencilla es permitir que el 100% de la inversión efectuada sea deducible de la renta gravable el mismo año en que ella se hace y derogar los espesos capítulos atinentes a la depreciación, de una parte, y al régimen aplicable a los intereses, de otra. Otra manera de gravar la inversión es a través del IVA aplicado a maquinaria y equipo. Si uno cree que el capital es el recurso escaso para el crecimiento, este gravamen es de dudosa ortografía.

Otras ideas, atinentes por ejemplo a la lógica interna del régimen tributario en su conjunto, es decir incluyendo las diversas cargas sobre la nómina y los impuestos locales, rebasan el espacio disponible. Lo mismo sucede con el llamado necesario y urgente para que el debate cuente, en esta ocasión, con estimativos serios y bien difundidos sobre la incidencia que, en últimas, terminan implicando las propuestas en la población de carne y hueso, que es una tarea complicada en lo técnico pero de inmensa utilidad a la hora de debatir con los defensores de la perversa e influyente idea de que la progresividad tributaria consiste en clavar a las empresas, que son ricas, y punto.

 

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