Biósféras dialogantes

Jaime Arocha
28 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

El 22 de marzo era especial. Cumplía 130 años esta casa editorial a la cual le debo la identidad pública como columnista. Y por la tarde, junto con la antropóloga Marta Saade, en el Instituto Colombiano de Antropología e Historia haría el lanzamiento del libro “Historias de territorialidades en Colombia, biocentrismo y antropocentrismo” de Patricia Vargas Sarmiento. Lo escribió para hacer un balance de sus trasegares interdisciplinarios muy marcados por contratos con organizaciones estatales de base y no gubernamentales. En ese sentido representa a esa mayoría de quienes pendulan entre términos de referencia y plazos perentorios. Sin embargo, ella lo ha hecho con una pasión excepcional consistente en infinidad de anotaciones coleccionadas con esmero. Se basan en conversaciones con los sujetos de sus investigaciones, indígenas, afros y campesinos, y en la admiración por esas personas.

Viene de una antropología influida por la etnohistoria que en la Universidad de los Andes moldearon María Elvira Escobar y Roberto Pineda Camacho. De ahí el período que pasó consultando en el Archivo General de la Nación documentos sobre la conquista tardía de un territorio aurífero, así como su fascinación por la obra de Germán Colmenares. Complementó su formación trabajando cartografía social en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, y estudiando en la Universidad de Syracuse (Nueva York) la contribución de Carl Sauer y otros geógrafos culturales, fundamento de conversaciones intensas con su marido, el fallecido ambientalista e indianista Roberto Franco. Luego, orientada por Arturo Escobar, se adentró en los estudios culturales y en el delineo de esas articulaciones disciplinares, incluyendo el acuarelismo aprendido con Blanca Moreno.

Con ese acervo, elaboró una historia con implicaciones nacionales alrededor de la gente de La Guajira, Tinjacá y el Pacífico norte, protagonistas de los encuentros a veces conflictivos entre dos formas de entender el mundo y habitarlo, el biocentrismo orientado por la vida y las conversaciones horizontales entre los seres vivientes, sean ellos cuerpo o espíritu y el antropocentrismo, erigido con la idea de que los humanos reinan sobre el planeta hasta ponerlo en riesgo.

Se aventura con las visiones de larga duración que proponen Ivan van Sertima, autor de “Llegaron antes de Colón, la presencia africana en la antigua América”, y Gaoussou Diawara, quien escribió “Abubakari II, explorador mandinga del siglo XIV”. Gracias a ambos nos habla de los astilleros que el soberano maliense Abubakari II construyó a principios del siglo XIV entre la desembocadura los ríos Senegal y Gambia. Desde esos puertos se embarcó con médicos, comerciantes, soldados, astrónomos y marineros virtuosos en las artes de navegación que siglos antes habían ideado los hindúes. De las ideas que portaban, Patricia destaca el Muntu, filosofía basada en la unidad entre vivos y muertos, personas y naturaleza, tiempo y espacio, palabra y existencia, fundamento de la interlocución cultural y horizontal entre gentes negras e indias de La Guajira y de la región del Pacífico.

Para muchos, tal propuesta es sacrílega. Para otros, la oportunidad de nuevas exploraciones sobre un futuro que, como dice Alejandro Angulo, uno de los prologuistas de la obra, se base en conductas necesarias para la paz, tolerancia, altruismo, solidaridad, pero en especial la que más ha ejercido la autora: empatía para escuchar a los excluidos, con esas deidades y seres fantásticos que les dan sentido a sus territorios.

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