Blanco y negro

Iván Mejía Álvarez
11 de febrero de 2013 - 05:00 p. m.

El uno, Santa Fe-Nacional, resultó un partido atractivo, intenso, con buenas situaciones de gol en los dos arcos, con magníficas intervenciones de los porteros, Vargas y Neco.

El otro, Medellín-Millonarios, fue un auténtico plomazo a la retina de los pocos aficionados presentes en el Atanasio y a la mirada de los televidentes: un partido chato, táctico, pesado, sin alegrías y donde los únicos contentos son los técnicos que lograron “amarrar” al rival a costa del espectáculo y del fútbol ofensivo.

Eran los dos llamados partidos clásicos de la fecha y se esperaba alegría y goles, los que se vieron en Bogotá pese al terreno encharcado por culpa del tremendo aguacero caído antes y durante el partido, los que no aparecieron en Medellín, donde el 0-0 fue un castigo para los protagonistas empecinados en no dejar jugar antes que en intentar hacer fútbol.

De Bogotá quedó latente la imagen de Ómar Pérez, clarividente con el balón en los pies, certero en los cobros con pelota quieta que significan siempre peligro en el área adversaria. Cada vez que aparece, el fútbol se alegra por sus pases milimétricos, por sus asistencias, porque genera y maneja el juego. Sus dos pases gol fueron un premio a su categoría y un regalo para Anchico y Arias, quienes definieron bien sus asistencias.

En Bogotá también quedó claro que Osorio le da vueltas a su equipo y sigue sin encontrarlo. Por momentos lució bien, rápido, penetrante, llevado por Macnelly, con Guisado rompiendo la defensa con sus diagonales. Por momentos fue oscuridad absoluta, con Mosquera perdido, con Osorio “inventando” y tratando de pasar a la historia como el revolucionario de la táctica, cuando lo más fácil termina siendo lo mas complicado. De los técnicos “genios”, protégeme señor.

Dos bellos gestos técnicos de Uribe, dos maravillosos golpes de cabeza, atacando la bola, conectando, cumpliendo con todo el ritual del buen cabeceador, le dieron el empate a Nacional y dejaron al técnico en evidencia.

Millos está crudo en muchas cosas, le falta dinámica, precisión y alguien que piense. A la dirigencia azul la cogió el día, como en aquellas perversas épocas de López-García, y hasta ahora está tratando de contratar dos refuerzos. Mala gestión administrativa. Mala señal de improvisación.

El DIM no se puede quedar esperando a que sus estrellas ganen de nombre. Nada en lo ofensivo, con escaso fútbol creativo, demasiado apegado al libreto de la destrucción y de pegar, sin ataque. Limitado a una sola fase y sin equilibrio. Cuidado, el Poderoso cumple cien años, pero no está peleando el título sino el descenso.

 

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