Bogotá peor para todos

Alfredo Molano Bravo
29 de abril de 2017 - 04:35 a. m.

No le fue bien a Peñalosa en su primera Alcaldía: no salió del hondo problema de los huecos en la capital; saboteó la construcción del metro en favor del Transmilenio, sistema del que parece ser uno de esos “impulsadores” que van de puerta en puerta vendiendo cremas y lociones. La contradicción dolosa en que ha caído es que al poner todo tipo de trabas a la circulación de carros particulares, ha vuelto el Transmilenio una chichonera que obliga a abrir nuevas rutas e importar más y más de esos buses articulados que tantos beneficios dan a tramitadores y publicistas. Más que un buen administrador, Peñalosa es un gran negociante. No sólo de buses, sino también de bienes raíces: la Reserva Ambiental Van Der Hammen, por ejemplo, la quiere volver una masa de cemento armado y llenarla de bolardos. El metro sigue en la entelequia calculada. Sus colaboradores y fichas de confianza comienzan a hacer cola en la Contraloría y la Fiscalía. Y, además, sufre la paranoia extrema del que algo esconde. Desde cuando regresó al Palacio Liévano, les ha echado el siniestro y tenebroso Escuadrón Antimotines a los vendedores callejeros en la Plaza de La Mariposa, a las trabajadoras sexuales –o como se les quiera llamar–, mujeres que se ganan la vida haciendo el oficio más vilipendiado pero más solicitado; a los muchachos de los Campamentos de Paz –al fin y al cabo, Peñalosa es vargasllerista–, y hace poco, muy valiente, gaseó una manifestación de discapacitados: ciegos, sordos, mudos, paralíticos. Por eso anda en las que anda: con un desprestigio del 80 %, al borde de que lo tumben.

El alcalde tiene también sus virtudes: le gusta la bicicleta. Lo he visto subiendo al alto de Patios en una super cicla —seguramente Shimane de 1.800 dólares— vestido con fajas de colores eléctricos, casco, zapatillas y su esquema de seguridad: tres carros de blindaje cinco y cuatro motos de la policía. Una caravana que impone el ritmo de pedaleo del burgomaestre —que es poco— a los miles de vehículos que andan por esa estrecha carretera. Ahora le dio por declararla “vía compartida” con los ciclistas y darles prioridad sobre motos, carros, camiones. Todas las semanas hay un muerto y tres heridos porque los ciclistas andan en paca, de cinco o seis en fondo; suben lentos y bajan al estrellido y, para rematar, de noche sin luces.

Ahora cuando Nairo Quintana se ha vuelto un héroe nacional y los “caballitos de acero” se han puesto de moda, transitar en carro a La Calera es una muy riesgosa aventura para los que andamos en moto, carro o camión. Si a los protegidos por el alcalde se les pita, se engavillan y sueltan un chorro de insultos o un gargajo, que por el esfuerzo que hacen pedaleando es casi una piedra. Casos se han visto en que los ciclistas ofendidos terminan dándole pata a quien les pide vía. Debo decir que fui un hincha del Zipa Forero, de Ramón Hoyos, del Jardinerito, de Cochise y de todos esos héroes, pero lo que el alcalde está promoviendo en la vía a La Calera es un irresponsable enfrentamiento entre ciclistas y conductores sólo con el objeto de ganarse un sector de población para mejorar su arruinada imagen pública.

Punto aparte. Los bogotanos pueden “podrirse de la risa” con el último libro de Andrés Ospina, titulado Bogotálogo II. Una obra llena de ingenio e ironía sobre los “Usos, desusos y abusos del español hablado en Bogotá”. Botones de muestra: Años de upa, expresión empleada con el objeto de fechar un objeto o hecho cuya datación, por remota, resulta imprecisa; Cagado, dícese de quien se encuentra en malas condiciones o de aquel a quien la suerte le es adversa; Changua, curioso y aromático caldo elaborado con leche, agua, huevos, cilantro y cebolla. En cuanto a la changua no hay puntos medios: o causa absoluto repudio o es objeto de religiosa veneración; Fritera, arcaísmo empleado para aludir a un asunto aburrido, tedioso o demencial; Engerido, individuo enfermo de frío; Niña, odiosa muletilla empleada por quienes sintiéndose superiores suelen dirigirse a telefonistas dependientas, secretarias o cualquier otro tipo de empleadas encargadas de atención al público; Descalzurriado, desarreglado; Descularse, caer de manera estrepitosa; Choneto, dicho de un individuo y en sentido anatómico, torcido. Carente de formas rectas particularmente en las piernas; Muestre a ver, desconfianza, duda metódica, sentimiento de nula confiabilidad, criollización patente del pensamiento santotomasino. Ningún colombiano aceptará razón o argucia alguna sin un protocolario y dubitativo “muestre a ver”.

 

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