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Boicot a la literatura hebrea

Juan Gabriel Vásquez
20 de marzo de 2008 - 01:31 a. m.

Se cumplen ahora sesenta años de la creación del Estado de Israel, y ya comenzamos a darnos cuenta de la manera en que ese aniversario, con su violenta carga de conflicto, ocupará durante todo 2008 el centro de la escena política.

Uno de los actos relacionados con el aniversario es el Salón del Libro de París, dedicado esta vez a la literatura hebrea, o a la literatura escrita en hebreo. Pues bien, esta semana me enteré por los periódicos de que un grupo de países árabes —Marruecos, Argelia, Líbano y Túnez— han decidido boicotear esa literatura, y lo han hecho con el apoyo de varias editoriales y varios escritores árabes, en lo que a mí me parece un momento más en la gran antología de la estupidez que se escribe todos los días alrededor de este conflicto.

Con rarísimas excepciones, el boicot es una política de la pereza, porque es un atajo intelectual: el boicot es una acción que generaliza, que iguala, que no distingue; el que boicotea no quiere pensar, no quiere detenerse en sutilezas, en argumentos difíciles, en espinosas cuestiones morales: quiere sentirse cómodo y tranquilo en la certeza de que todos los boicoteados son iguales, y de que inapelablemente son representantes de eso que se quiere boicotear. Pero además de ser perezoso, todo boicot es inútil, porque —nuevamente: con rarísimas excepciones— nunca ha tenido consecuencias reales en el mundo político. Y en el caso del boicot de una literatura, la pereza y la inutilidad casi resultan superfluas: es una estupidez. Una estupidez consecuencia de la ignorancia, el oportunismo o la mala fe. A ver si logro explicar por qué.

Mi amigo Daniel Mordzinski estuvo viajando por Israel hace unos meses y fotografiando a decenas de escritores, y la exposición de esas fotografías es uno de los eventos centrales del Salón del Libro. Hace poco me mostró las pruebas de la portada del libro que reúne los retratos; no lograba escoger la imagen, porque las que más le gustaban eran las más políticas, y no le interesaba reducir al problema político la imagen de unos escritores que se han esforzado siempre por trascenderlo. Cuando me enteré del asunto del boicot, le escribí para pedirle que me contara de primera mano lo que estaba pasando. “¿Te imaginas boicotear a Grossman, Oz, y a todos esos escritores que son los protagonistas del diálogo, que apoyan la creación de un estado palestino?”, me contestó. “El boicot es un auto de fe y sólo beneficia a los extremistas.” Tiene razón en la segunda parte, pero me interesa más la primera, y en particular el nombre de Amos Oz, que es, hoy por hoy, una especie de conciencia moral de Israel.

“Dos guerras entre Israel y Palestina han estallado en esta región”, escribe Oz en un artículo de hace seis años. “Una es la guerra de la nación palestina por liberarse de la ocupación y por el derecho a un Estado independiente. Cualquier persona decente debería apoyar esta causa. La segunda guerra es la que libra el Islam fanático, de Irán a Gaza y del Líbano a Ramallah, para destruir a Israel y expulsar de su tierra a los judíos. Cualquier persona decente debería aborrecer esta causa.” Ante la sensatez de esas líneas, las palabras de los boicoteadores suenan como gritos groseros en el patio de un colegio. No creo que los escritores árabes del boicot ignoren que tienen en Amos Oz uno de los defensores más sólidos del derecho palestino a un Estado; creo que fingen ignorarlo, porque eso es lo que les conviene, porque eso es lo que hacen los boicots. Y por eso es, también, que nunca funcionan.

Me cuenta Daniel que el domingo pasado, con el Salón del Libro abarrotado de familias, una llamada anónima y amenazante obligó a la policía a evacuar el lugar. Se tuvo que cancelar el resto de la programación. Uno de los eventos era una conferencia de Abraham B. Yehoshua, que esa tarde iba a hablar de la paz.

 

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