Borg-McEnroe

Antonio Casale
26 de septiembre de 2017 - 03:00 a. m.

Se exhibe en las salas de cine del país por estos días Borg-McEnroe, una película basada en aquella épica final de 1980 en la que el sueco ganó su quinto Wimbledon consecutivo.

Borg siempre fue conocido por su tranquilidad, reflejada en una mentalidad imperturbable. Macnroe, en cambio, era el rebelde del tenis. El hombre que le puso rocanrol al circuito a partir de sus constantes discusiones con los jueces de silla, nunca antes vistas en el deporte de los caballeros, que tenían como fin distraer al rival y quitarse presión a sí mismo.

Pero la historia, muy bien argumentada en la película, demuestra que entre los dos hay muchas más similitudes que diferencias. Vivieron una niñez difícil en cuanto al nulo margen de error que les permitían sus padres. Tremendamente competitivos, como tiene que ser en los mejores del mundo de cualquier actividad, con tolerancia cero a la derrota pero una profunda admiración por las cualidades del otro, Borg y McEnroe terminaron siendo grandes amigos.

La película debería ser vista por todas las personas que a cualquier nivel están sometidos a la competencia permanente y que procuran ir más allá de los fríos resultados. El filme es un imprescindible para entender ese componente que no es ni lo físico ni lo técnico, pero que es tan o más importante para conseguir el éxito: el emocional.

La manera en que las leyendas del deporte soportan el tener que vérselas con el miedo, ese compañero permanente que llevamos todos a cuestas y que se manifiesta sobe todo en el momento de enfrentar grandes retos, es la pequeña gran diferencia que los grandes del deporte marcan ante los demás.

También hay cosas dignas de no admirar en una película que muestra a dos deportistas tan metidos en el afán de ganar que dejan de disfrutar su oficio. Hay una escena escalofriante en la que los dos están inmersos en su laberinto de emociones a punto de salir a la épica batalla en el camerino, en silencio, amargados, sentados en una banca, a sus espaldas sobre la pared blanca está una legendaria frase: “Si te encuentras con el triunfo y la derrota, trata a estos dos impostores de la misma manera”. Hace parte del poema Si, de Rudyard Kipling, escrito en 1895. No es un secreto que la excesiva presión que se impone sobre los deportistas por conseguir un resultado, que es la misma que todos sufrimos en nuestras actividades, puede terminar por destruir ese amor por lo que se hace.

Borg-McEnroe, más que una película es una gran oportunidad para entender lo que pasa en el interior de un deportista, para ver lo que nunca vemos en competencia, pero sobre todo para que aprendamos a quitarle el tinte trágico a la derrota y el heroico a la victoria.

 

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