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Cabeza erguida

Antieditorial
20 de abril de 2015 - 12:43 a. m.

COMO UN “ENJAMBRE DE abejas africanas” manan las contradicciones del pertinente editorial hilvanado (ansiosamente) el día 15 de abril pasado.

Empezando porque la polarización bastante abultada en nuestra nación existe hace mucho. Mucho antes del atroz genocidio (¿por qué no llamarlo así?) perpetrado por las energúmenas Farc. La marcada polarización (desde hace casi dos lustros hasta hoy) la engendran aquellos que quieren ajusticiar a quienes (terroristas) por décadas han ajusticiado desollando y depredando la nación y, el bando de quienes, a pesar del terror y los aniquilamientos, quieren apostarle al controversial “perdón y olvido”.

Claro está que, tras la feroz masacre en Buenos Aires, Cauca, continuaron haciéndose más evidentes, apenas obvio, los del primer bando. Efectivamente, fue un ataque premeditado, abyecto y rastrero, que en manera alguna debería ponerse en duda, ni desde la respetable tribuna del editorial de El Espectador ni desde ninguna otra. Afirma el editorial que aún no hay claridad de lo realmente acontecido en la ruin matanza ni de parte del sacrificado Ejército de Colombia ni tampoco del lado de los facinerosos y cínicos subversivos. Propaga haciendo chocante “eco” a la tesis guerrillera de que se trató de un acto, palabras más, palabras menos, de “legítima defensa”. Ensordecedora, absurda e incendiaria hipótesis, por demás. Y, también “retraídamente” resalta la tesis proveniente de nuestras Fuerzas Armadas, que el ataque inhumano resultó como consecuencia de una endiablada emboscada, madurada con certeza, desde hacía mucho tiempo atrás. Estudiada, entrenada, premeditada, tal como paradójicamente empieza señalándolo el mismo editorial. Persiste obstinadamente el editor en poner en “tela de juicio” la tesis del comando ejército cuando asevera sin ambages, que “habría que llegar a una verdad medianamente creíble de los hechos”; desechando o ignorando (no sé a ciencia cierta) tantos testimonios de gran calado como el de los soldados sobrevivientes de la golpeada brigada 17 de la Fuerza de tarea Apolo, los lugareños de la vereda La Esperanza y vecinos a la brutal ejecución, como el escenario difundido por los medios del sanguinario cepo del que fueron blanco nuestros militares, destacando el hecho de que uno o ningún guerrillero fue abatido. ¿“Estrategia de defensa ante un ataque previo? (¡!)

Francamente me parece aborrecible darle crédito o siquiera pensar por un segundo en la probabilidad de tan rebuscada hipótesis, fatigada, mezquina e infructuosamente (apenas elemental) acreditada desde La Habana por la cúpula de las Farc.

Me allano a los que claman por un ataque “inmisericorde” (¿podría ser de otro talante el ataque, respetado señor editor?) a los inclementes terroristas; a esa laya no se le puede dar tregua; porque arrasan y acribillan a granel y sin empacho alguno.

Y la posibilidad de que el ministro de Defensa dimita no es en modo alguno descabellada, y con su abdicación debería de llegar la del “jefe supremo de las Fuerzas Militares” que fue quien “abonó” el terreno para que la debacle acaeciera.

¿Alguien duda (de) que el ministro no sea un ringlete soplado por otros vientos?

Finalmente, ¿por qué se pregunta el editor en este trágico y repudiable caso, si de repente el sanguinario “frente Miller Perdomo” pudo haber actuado en rebeldía de las directrices impartidas desde La Habana, si justamente, desde Cuba, salieron a justificar la infamia cometida? (¡)

La guerrilla se pasó por la bendita faja la falsaria tregua, y sus muestras reales para querer acabar la guerra siempre irán teñidas de sangre.

Ese es su código de conducta. La “prosopopeya” de su ADN. (...)

 

 

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