Cabeza fría con Venezuela

Daniel Emilio Rojas Castro
08 de septiembre de 2015 - 02:05 a. m.

Con Caracas debe establecerse una relación de fuerza respaldada por una diplomacia audaz que proteja a Colombia y al proceso de paz.

La violencia y el odio no pueden articular la política internacional de Colombia hacia Venezuela. La decisión del gobierno de darle prioridad a la atención humanitaria de los deportados y a los cientos de Colombianos que huyeron de la república hermana por temor a las retaliaciones de la Guardia Venezolana es acertada. La solidaridad de todos es necesaria para que quienes regresaron puedan reinstalarse de nuevo en el país en condiciones dignas.

Oponerse a la decisión ilegal de la deportación masiva y a las provocaciones reiteradas del presidente Maduro no significa hacerse los de la vista gorda frente a las bandas delincuenciales que operan en la frontera, ni mucho menos frente al contrabando de alimentos y gasolina. Esos problemas existen y para solucionarlos se requiere de un entendimiento serio entre las partes. En eso las declaraciones de la ministra Holguín también son acertadas.

Sin embargo, aceptar responsabilidades no implica darle a Maduro lo que está buscando.

El ímpetu guerrerista es una estupidez que va en contra de la estrategia que debe adoptar el gobierno colombiano. Abrir las puertas al diálogo es la mejor manera de quitarle a Maduro el apoyo que está pidiendo a gritos entre un electorado pesimista y descontento. El encuentro con el presidente Santos es necesario, pero mientras no se estabilice la situación de los Colombianos que ingresaron a nuestro territorio, y mientras no se garantice el reagrupamiento familiar y la posibilidad de que los deportados recuperen sus pertenencias, debe diferirse. La premura con la que Maduro quiere finalizar el problema que inició es el mejor indicador para comenzar a jugar con el reloj y dejar que la crisis fronteriza se cristalice en una crisis electoral en las elecciones parlamentarias de diciembre en Venezuela. No olvidemos que la iniciativa de la reunión bilateral la tuvo Colombia y Maduro no pasó al teléfono.

Gritar a los cuatro vientos que Colombia es un nido de paramilitarismo y pedir el compromiso del gobierno colombiano para combatirlo es un guiño de Caracas a las FARC. Sin embargo, exigir que Venezuela se aleje de las negociaciones de la Habana también es un error: sería un triunfo para Maduro antes que un beneficio para la consecución de la paz en Colombia. La decisión de las deportaciones ya condenó a la delegación venezolana en la Habana al aislamiento entre el grupo de países garantes y colaboradores, pero la delegación debe permanecer en la mesa hasta que su gobierno la retire o hasta que finalice la negociación. La confianza con Venezuela está rota y no se va a reestablecer sólo con un abrazo presidencial.

Una regla de oro de la geoestrategia dice que lo que funciona en un lugar vuelve a repetirse en otro. La decisión de expulsar a los Colombianos tuvo un doble propósito político: restablecer el control de la cúpula civil y militar venezolana sobre un electorado que le es hostil y crear una crisis interna en Colombia. La presidencia ecuatoriana, que emitió un mensaje instando a los ecuatorianos de la frontera a no comprar productos colombianos, y Nicaragua, que exigió hace unos días el cumplimiento del fallo internacional de la Haya, también pueden aumentar la presión sobre Colombia en las próximas semanas. Hay que estar preparados.

Para Chávez, Colombia era un adversario táctico, no un enemigo estratégico. Maduro está cambiando los términos de la ecuación, en parte por su torpeza y en parte porque no le queda otra salida. No hay que responderle donde es fuerte, sino donde es débil: los EE.UU., Europa y la Alianza del pacífico.

Por último, el envalentonamiento de Maduro contra el gobierno de Colombia durante su gira en Asia no debe impresionar a nadie: su visita a China no incluye novedades sustanciales para la economía venezolana y el compromiso con el presidente Putin de aumentar los precios del petróleo no fue más que una declaración de principios.

 

 

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