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Califato Putrefacto

Luis Fernando Medina
16 de septiembre de 2014 - 02:00 a. m.

¿Qué tienen en común John Foley y Dorothy Kazel? No mucho.

 El uno periodista, la otra monja. Nunca se conocieron. Sus muertes violentas están separadas por 34 años y miles de kilómetros. La muerte de John Foley se volvió noticia mundial inmediatamente, sus detalles fueron divulgados por sus captores y asesinos. En cambio, los asesinos de Dorothy Kazel trataron de ocultar sus crímenes (ella fue raptada, violada y asesinada junto a cuatro mujeres más) y solo con el tiempo fueron emergiendo los hechos a la luz. El asesinato de John Foley está ya alimentando los vientos de guerra en el Medio Oriente al punto de que es una de las causas por las que el Presidente Obama está considerando bombardear Siria e Irak mientras que el asesinato de Dorothy Kazel fue uno más en medio de una grave crisis regional y ningún presidente de Estados Unidos tomó medidas tajantes al respecto. Pero a pesar de estas diferencias, sus dos casos tienen algo en común: se trata de ciudadanos americanos que cayeron víctimas de las contradicciones inherentes a la política exterior de Estados Unidos, una política exterior que contribuyó a armar y a financiar a sus asesinos.

El nombre de John Foley ocupa muchas páginas de las noticias de estos días. Se trata, como ya sabrán muchos lectores, del periodista americano secuestrado por el autodenominado Estado Islámico (EI), que no es ni lo uno ni lo otro, organización que procedió a decapitarlo y colocar el video del crimen en Youtube. Dorothy Kazel, en cambio, es menos conocida en estos tiempos. Era una de las cinco monjas americanas asesinadas en 1980 por escuadrones de la muerte de ultraderecha con estrechísimos vínculos al gobierno salvadoreño, con total apoyo de los Estados Unidos.

Vistos desprevenidamente, se trata de casos muy distintos. A diferencia de los paramilitares salvadoreños, el EI se declara enemigo jurado de los Estados Unidos. Pero al igual que aquellos, su surgimiento es fruto de un largo proceso en el que las decisiones de política de Estados Unidos han terminado por favorecerlo.

Ignoro si el Secretario de Estado Kerry sabe de pintura española, pero si la conoce, tal vez se estará acordando de la admonición de Goya según la cual "el sueño de la razón produce monstruos." El EI y su antecesor Al-Qaeda son dos de la larga lista de monstruos que producen las aspiraciones de Estados Unidos en tierras remotas. Monstruos que en un comienzo son funcionales para los intereses de Washington pero que con el tiempo van adquiriendo vida propia y llegan a atacar intereses de los Estados Unidos o, como en el caso de Dorothy Kazel, asesinar a sus ciudadanos mientras colaboran con su gobierno. Antes de ser derrocado por una invasión, antes de ser el protector del narcotráfico en el Caribe, el dictador panameño Manuel Antonio Noriega era un fiel discípulo de la CIA. Antes de ser enemigo jurado de los Estados Unidos y de planear los ataques terroristas de las Torres Gemelas, Bin Laden era un multimillonario árabe que puso su dinero y su mística al servicio de la causa de derrocar el régimen pro-soviético de Afghanistán.

Pocas coyunturas han hecho tanto para inundar el Medio Oriente de armas, dinero y militantes extremistas como la decisión de Reagan, en alianza con su amigo el fundamentalista Rey Fahd de Arabia Saudita, de financiar a los mujahadeen de Afghanistán con el fin de "darle a los soviéticos su propio Vietnam." Pero el comunismo no era el único espectro que quitaba el sueño a tan legendario par de halcones. También estaba la Revolución Iraní que trataron de ahogar en su cuna armando y financiando a aquel otro excelso producto del cálculo geopolítico norteamericano: Saddam Hussein.

Por estos días la clase política y los medios en Estados Unidos han entrado en pánico ante la expansión del EI. La ex-candidata a la vicepresidencia Sarah Palin, reina indiscutida del género de la comedia política involuntaria, anda comparando a EI con la amenaza de los nazis. El Senador demócrata Ben Nelson alerta del peligro de EI que, según él, se puede medir por el hecho de que ese grupo ha anunciado su intención de izar la bandera negra sobre la Casa Blanca. (Desde aquí anuncio mi intención de romper el record mundial de los 100 metros planos. ¡Que tiemble Usain Bolt!)

Por supuesto, aunque los organismos de inteligencia americanos no han encontrado evidencias hasta el momento, puede ocurrir que EI entrene y envíe terroristas a perpetrar ataques en Europa y Estados Unidos. Es un peligro que hay que considerar. Pero es un peligro que ya existía con o sin califato. Los ataques del 11 de Septiembre fueron planeados por células clandestinas que operaban entre Alemania y Estados Unidos. Por otro lado, de llegar a existir, el tal califato de EI sería un estado paupérrimo, buenísimo para reprimir y asesinar a sus súbditos pero incapaz de causar mucho daño más allá de sus fronteras. No solo está rodeado de enemigos más poderosos sino que depende para existir de intereses afines a Occidente. Se ha financiado con donaciones procedentes de Arabia Saudí, Kuwait y Qatar. Es muy difícil exportar el poco petróleo que controla sin la anuencia de empresas y países occidentales. En síntesis, un estado monstruoso, grotesco, pero incapaz de infligir mayor daño a las potencias importantes.

No es casualidad. La estrategia de Estados Unidos en el Medio Oriente, y antes la estrategia de Inglaterra y Francia, ha buscado destruir o cooptar rivales organizados que puedan seriamente aspirar a ser movimientos de masas, como el nacionalismo árabe o el socialismo de distintos matices. La Unión Soviética hacía lo mismo. Stalin prefería instalar burócratas grises y tiranos brutales en Europa Oriental a tener que lidiar con movimientos autóctonos incluso cuando eran de probada estirpe comunista. El costo de esa estrategia es que, por tratarse de organizaciones que operan al margen de la política de masas, resultan aliados altamente violentos y con serio riesgo de fragmentarse, degradarse y criminalizarse. (No sé por qué me acordé de las BACRIM...)

Y en esas andamos. Ahora Estados Unidos va a tratar de destruir al EI y quién sabe qué nuevos monstruos generará en el proceso. Pero los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos seguirán a salvo aunque no así la seguridad de algunos de sus ciudadanos, como lo aprendieron demasiado tarde John Foley y Dorothy Kazel.

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