Publicidad

Camilo Vargas

Antonio Casale
29 de diciembre de 2014 - 02:00 a. m.

Falcao confirmó para la revista Líbero lo escrito en esta columna hace ya varios meses. Hay un punto, cuando se convierten en jugadores de talla internacional, en el que los futbolistas ya no son dueños de su destino. Camilo Vargas no es la excepción.

Hace ya varios años la Fifa acabó con los pases de los jugadores. Estos permitían que los equipos fueran dueños de los futbolistas. Era esclavitud por encima de la mesa. Pero el remedio resultó peor que la enfermedad. Ahora son los “grupos de empresarios” los que compran y venden los contratos de los profesionales cual mercancía. Así funciona el mercado y no es mucho lo que los jugadores pueden hacer. Si quieren llegar a las grandes ligas del mundo, deben entregarles a los empresarios, avalados por la Fifa, un poder para que hagan con ellos lo que les venga en gana a cambio de cumplir el sueño y unos dólares que siempre constituirán la menor parte de la transacción.

Fue así como Falcao no pudo elegir al momento de ir al Mónaco. Era sí o sí pues solo el conjunto del principado apareció con el dinero prometido a los inversionistas cuando El Tigre fue al Atlético a “engordar” su valor.

Algo parecido sucede ahora con Camilo Vargas. El bogotano tiene que ir a donde sus empresarios digan. Las últimas transacciones del cuadro verde así lo confirman. El equipo antioqueño es mejor vitrina. Su paso por Medellín seguramente será efímero. Tan sólo un trámite para ubicarlo después en una liga en la que sus “dueños” engrosen sus bolsillos y el jugador cumpla su sueño.

Gana Nacional, pues desarma a su rival y se llevará un dinero extra con la futura venta del jugador. También gana Santa Fe, que recibirá una plata importante como retribución a tantos años de inversión en la formación. Triunfan los empresarios, que ponen en marcha su maquinaria, y gana el jugador, que vendió su libertad de acción a cambio de un dinero suficiente como para “tragarse el sapo” de jugar en uno de los rivales de su equipo del alma. Está en su derecho de elegir su futuro.

La que pierde es la hinchada, que se siente frustrada e ignorada, como el niño al que le quitan su juguete favorito y no entiende por qué. Tienen razón, no sólo porque con sus aplausos ayudaron a valorizar a un ídolo que ahora tendrán que ver vestido con los colores de uno de sus más enconados rivales de las últimas batallas, sino porque los aficionados, por fortuna, todavía conservan algo del romanticismo. Al fin y al cabo el fútbol es la mejor manera de encontrarse con el niño que todos llevamos dentro. 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar