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Camus en Venezuela

Juan Gabriel Vásquez
14 de junio de 2012 - 11:00 p. m.

Me encontré en una librería uruguaya con el primer tomo de Contra viento y marea (1962-1982), la primera recopilación de artículos publicada por Vargas Llosa.

El contenido del libro no era nuevo para mí: son aquellos escritos de combate con que Vargas Llosa fue definiendo y modificando y definiendo de nuevo su posición como intelectual ante el monstruo de la Historia y ese otro monstruo, aún más voraz: la política. Pero leerlos de nuevo en ese libro publicado hace treinta años tuvo algo distinto, como si se hiciera más patente el modo en que la realidad ha ido modificando, en este tiempo, el sentido de palabras como ‘libertad’, ‘justicia social’, ‘explotación económica’, ‘esclavitud política’. La transformación de esas ideas estaba cifrada, al menos para Vargas Llosa, en el debate extraordinario que Sartre y Camus tuvieron en 1952 en las páginas de Les Temps Modernes. En el libro, Vargas Llosa lo recuerda; recuerda cómo ha cambiado su pensamiento desde que escribió por primera vez sobre él; y nosotros, lectores del año 2012, asistimos a esa evidencia que tan molesta es para tantos: el tiempo le ha dado la razón al autor de El hombre rebelde.

Se la ha dado en varios aspectos, pero sobre todo en un argumento esencial: el ser humano, sostenía Camus, no puede verse obligado a elegir entre la explotación económica y la explotación política. Pienso en ello en estos días de bancos y banqueros rescatados en España mientras la educación y la salud pública sufren recortes que uno puede llamar inhumanos sin exageración aparente. Pienso en ello, también, en estos días en que Hugo Chávez ha presentado oficialmente su candidatura a las elecciones de octubre. En la particular percepción del caudillo venezolano, la debacle económica de Europa es la mejor prueba de que el futuro del mundo está en su “socialismo del siglo XXI”. Y no sé si la oposición venezolana se ha dado cuenta de que uno de sus grandes enemigos, en estas próximas elecciones, no está en el campo chavista: está en la economía europea, cuyo fracaso, por virtud de la retórica de Chávez y de la credulidad de sus fieles, queda automáticamente convertida en el triunfo de su régimen. Y eso a pesar de que sus años en el poder hayan dejado un país donde las libertades están constantemente en entredicho, donde el individuo está indefenso ante los abusos de los poderosos y donde unas doce mil personas mueren asesinadas cada año.

Pero sus votantes no parecen darse cuenta de nada de eso. Chávez presentó su candidatura arropado por ellos, y a ninguno, por lo que se ve, se le ha ocurrido siquiera cuestionar la sensatez de hacer campaña con un hombre tan enfermo como lo está el presidente. En esta normalidad con que sus electores han seguido adelante a pesar del cáncer, en esa peligrosa inercia, se ve a las claras hasta qué punto es delirante la relación que tiene Chávez con su propio poder, y hasta qué punto sus electores han entrado de lleno en la ética del fanatismo: el único estado mental bajo el cual el individuo político puede ver sus libertades amenazadas sin rebelarse contra la amenaza.

Sea como sea, el gran reto de la oposición venezolana será demostrar a los ciudadanos que la disyuntiva entre libertad y justicia social es falsa. Es decir, que Camus tenía razón. A ver cómo lo hacen. 

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