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Canal pecado capital

Lisandro Duque Naranjo
10 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

En la sesión del Concejo de Bogotá del pasado miércoles, a la que fue citado el periodista y documentalista Hollman Morris, gerente de Canal Capital, escuché frases memorables.

La concejala Clara Lucía Sandoval, predicadora de una Misión Carismática y miembro del partido de la U, cuestionando la programación que ese canal emite sobre minorías discriminadas dijo: “Aquí, a quienes no estamos de acuerdo con la homosexualidad, ¡nos llaman homofóbicos!”. “A mi hijo, en el colegio, por no aceptar a sus compañeros homosexuales, ¡lo llaman homofóbico!”.

El que se llevó los lauros fue el concejal Marco Fidel Ramírez, del PIN, con brillante historial: hace un tiempo fue acusado de plagiar de Internet una ponencia, lo que atribuyó, según se ha vuelto costumbre, “a un descuido de mi secretaria y a que leí apenas por encima el texto”. También fue predicador bíblico de emisoras mañaneras, habilidad a la que posiblemente debe su electorado. Durante la sesión, levantaba una biblia con una mano, igual que lo hace Moisés con las tablas de la ley, y con la otra un disco de DVD, que esgrimía como una eucaristía tecnológica. El concejal llenó desde muy temprano las barras del recinto con su grey, religiosamente disciplinada, lo que impidió que entraran al lugar los pecaminosos sectores LGTBI.

El debate a Hollman Morris fue por incluir en la parrilla del canal –que para los citantes debiera ser más bien una hoguera–, varios programas: uno de la comunidad LGBTI, llamado “El Sofá”, dirigido por el escritor Alonso Sánchez Baute. A juicio del concejal Ramírez, esa franja “es una apología del homosexualismo, razón por la cual la verdadera vocación del gerente del Canal es la de administrar un prostíbulo”. Otro programa llevado a la picota fue “Indivisible”, producido por colectivos juveniles y populares de las localidades, porque le pilló a un capítulo dos palabras “gruesas”, a las que de todas maneras el canal, al sacarlas al aire, les había puesto pudorosos “beeps”. Y también, porque apareció en otro la foto, en un plano general, de una pareja sin ropa, ni siquiera desnuda. Muy acucioso, el concejal Ramírez, al proyectarla, le puso unas flechas con letras rojas e inmensas: “Pene”, “Senos”. Luego, infló las cifras de los costos reales de esa programación, multiplicándolas a potencias inverosímiles: once mil millones proyectados para cuatro años, los convirtió en quinientos mil millones para uno solo. Evidentemente la mentira –a diferencia de la lujuria– no es para él un pecado capital.

Es inquietante lo delgada que se ha vuelto la frontera entre la política y la religión. Hasta el punto de que los pecados se traducen en delitos y los ámbitos de lo deliberativo se convierten en templos de culto. Muy pocos fueron los concejales –si acaso seis o siete–, que en el transcurso de ese debate reivindicaron la exigencia constitucional de que las disertaciones se ciñeran a lo estrictamente laico. Y algunos lo expresaron un poco a la defensiva, como intimidados por la ira santa de esos dos Torquemadas distritales. La diversidad no puede seguir entendiéndose como la resignación ante los anatemas que profiere esa mano de poseídos. El lugar de éstos son todos esos templos de los más variados cultos, incluidas las iglesias. Y hasta la televisión, pero siempre y cuando sea privada. Los canales públicos son para ciudadanos, no para feligreses, de modo que el pastor Marco Fidel y la pastora Clara Lucía, no podrán prevalecer –me salió místico ese verbo–, con su proyecto delirante de convertir al Canal Capital en una de esas televisiones en las que se sermonea y se hacen “milagros”.

Muy a la altura de su deber estuvo el gerente Hollman Morris. Contenido, contemporáneo, propositivo. Bajo su orientación, y con el apoyo de los bogotanos, el Canal Capital puede consolidar sus logros pluralistas.

 

 

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