Capitalismo chino

José Roberto Acosta
27 de enero de 2012 - 11:00 p. m.

El protagonismo de China en la Cumbre Económica de Davos, Suiza, se debe a las críticas sobre cómo su régimen tiene una política económica contra la cual es difícil de competir, pues su sistema, centralmente planificado, no sólo se presta para manipular su moneda y subsidiar su sistema financiero, entre otras prácticas de dumping, sino también para permitir unas condiciones laborales que rayan en la esclavitud, atrayendo la inversión de multinacionales que, hipócritamente, al tiempo que se aprovechan de esa mano de obra barata para bajar sus costos y aumentar sus ganancias, piden protección jurídica para sus inversiones y patentes en caso de expropiaciones.

Ya en la era de W. Bush, su controvertido secretario del Tesoro, H. Paulson, había amenazado a China con sanciones si no “flexibilizaba” su régimen cambiario, a lo que su líder Hu Jintao ni siquiera se inmutó. Obama también les mandó hace poco a su secretario del Tesoro, T. Geithner, sin logros ni en materia económica ni política, pues también buscaban solidaridad en el bloqueo a Irán. Lo paradójico es que los reclamos, a los que también se suma Europa, no parecen enfocados hacia la protección de los derechos humanos de los trabajadores chinos, sino principalmente hacia el proteccionismo de los costosos trabajadores de los países desarrollados, que de no lograr que China ceda en su moneda o costos laborales, perderán más puestos de trabajo y acentuarán la actual crisis que sufren.

La crueldad laboral actual del “capitalismo de Estado” Chino es la misma con la que los países desarrollados de hoy generaron en el pasado su crecimiento, exportando a sus países enclaves las condiciones de explotación que ahora atacan por no tenerlas bajo control. La pregunta es si esto se nivelará globalmente hacia abajo, acomodándose los demás países a los parámetros de presión chino, o si mas bien China se nivelará hacia arriba, no sólo fortaleciendo su devaluada moneda, sino también mejorando la remuneración a su clase trabajadora.

En Colombia no podemos controlar el tipo de cambio para devaluar, ni debemos bajar la endeble remuneración mínima de los trabajadores, en aras de una competitividad sin límite moral; sólo somos extras pasivos en un teatro en el que las variables económicas nunca son culpa de nadie.

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