Cargado de amargura

Fernando Araújo Vélez
18 de junio de 2017 - 01:10 a. m.

Anoche, con un viejo lápiz en la mano, recordé la tarde lluviosa en la que alguien me dijo por vez primera que yo era un amargado. Recordé que desfilaba en un concurso de disfraces, vestido de payaso. Caminaba al ritmo de un Batman que iba delante de mí. Miraba al público. Miraba mis zapatos. Miraba la capa de Batman. Al bajar de la tarima fui por un pan y ahí se me acercó un compañero de la escuela que iba dos grados más arriba. Me dijo que los payasos debían sonreír, que yo era un payaso amargado. Me puso un dedo en el pecho y se rio y volvió a decir “amargado, amargado”.

Con el lápiz en la mano, trazando líneas irregulares, tachando, dibujando ensayos de rostros y escribiendo frases sueltas, había rescatado algunos minutos antes una frase de Fernando Pessoa que decía “pero no siempre quiero ser feliz. Es necesario ser de vez en cuando infeliz para poder ser natural”. La frase me llevó al desfile; el desfile, a mi viejo lápiz y al ya amarillento papel en el que había dibujado mi figura de amargado, y aquella figura, a la herida que me provocaron las palabras de mi compañero. Por años, me justifiqué detrás de un “Nadie me dijo que debía sonreír”.

Luego comprendí, también, que esa tarde no pasó nada digno de hacerme sonreír. En realidad, no tenía razones para sonreír, así como hoy pocas veces tengo razones para sonreír, en un mundo que se volvió proclive y dependiente de las sonrisas, sean como sean: máscaras, burla, pose o conveniencia. En vez de luchar, sonrisas. En lugar de valorar, sonrisas, y para conseguir cualquier cosa, más sonrisas. Yo no sonreí esa tarde, no tenía por qué sonreír. Por no sonreír, me tildaron de amargado, pero aquel bofetón, aquel dolor, me abrieron decenas de ventanas y puertas.

Las atravesé para descubrir unas cuantas frases de León Felipe, “Cuántas veces don Quijote, en esta misma llanura, en horas de desaliento a ti te miro pasar, y cuántas veces te grito hazme un sitio en tu montura, que yo también voy cargado de amargura”. Las atravesé para comprender que es del dolor, de la amargura, de lo difícil, de la angustia, del rencor y el odio y de todo eso que llamamos bajas pasiones de donde salen nuestras más honestas palabras. Las atravesé para ser tan no sonriente como aquella lejana tarde de escuela y para buscar un lápiz y dibujar un millón de tipos de amargura.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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