“Carta Ajena” de indias

Columna del lector
14 de julio de 2014 - 02:00 a. m.

Cartagena es una ciudad maravillosa. Millones de colombianos la sentimos nuestra. Seductora, arrulladora y romántica. Para quienes hemos tenido la fortuna de cortejarla y explorarla, nos resulta muy difícil apartarla de los más gratos recuerdos. De antaño, sus tradicionales incentivos turísticos la acicalan y perfuman, exaltando ese donaire exquisito que sólo ella posee. Usanzas que en su mayoría poco han mutado en una veintena de años…

El esplendoroso paseo en coche, el “trencito” por Bocagrande y “el Laguito” —hoy, “Troli”—, “la chiva” y demás; anzuelos que, de la mano con los encantos de la “San Martín”, el embrujo de la “Ciudad Antigua”, la efervescencia en la Plaza de Bazurto, el Castillo de San Felipe, la radiante y consentida Torre del Reloj, la Cúpula de su legendaria catedral, la Bahía y, por supuesto, el fascinante paseo a Islas enaltecen el magnetismo que irradia La Heroica de Colombia.

Pero al lado de esa hermosa Cartagena turística, colonial y oronda, hay otra. Denigrada, azotada por la violencia. Marginada. Ignorada, que es lo más devastador.

Aquella inmensa Cartagena asentada en la periferia de la Ciénaga de la Virgen, la falda del Cerro de la Popa, la cabecera municipal y demás “rincones” aciagos. Una vasta extensión de tierra y población, equivalente probablemente al 70% del total de la ciudadanía. Abatida por el hampa, desahuciada por la pobreza más extrema e inundada por el infortunio. Una Cartagena que a muchos nos duele. Porque también es nación. Es historia, es patria; es el hogar de miles de nativos cartageneros humildes, laboriosos, honestos, carismáticos y amables, que sirven con cariño y esmero al turista.

Un enorme (reitero) dominio de esa amada Cartagena que más parece una “Carta – Ajena” desechada por la indiferencia de funestos gobernadores y una clase dirigente a nivel local y nacional a quienes poco y nada les importa lo que acaece “del muro para allá”. Una “carta ajena”, que miles de turistas ni quieren leer, ni menos escribir (...).

Esa segregación en todos sus órdenes (económico, racial, cultural, etc.), como es la que efectivamente se vierte allí, está produciendo desde hace décadas una erosión insondable en “La ciudad de don Pedro de Heredia”; que aceleradamente ha ido vaciando el frasco de tinta con el que a diario se escribe la historia y el devenir de la gran ciudad.

En menos de diez días que duraron mis vacaciones, cuatro noticias de asesinatos y enfrentamientos “épicos” entre pandillas (microtráfico y “orden territorial”) atraparon superficialmente la atención de los medios nacionales. Pero de la asfixiante e inocultable realidad, los nativos dan rigurosa fe.

Hay dos “cartagenas”. Una orgullosa, abrigada de muchos ceros ($$$) y turísticamente exponencial y, otra, más que un brazo, los dos pulmones quizá, de la primera, a quien sirve, custodia y coadyuva a embellecer (qué ironía) pero, demacrada, desconocida y, exponencialmente… violenta y necesitada.
Dos caras de una misma moneda. Una moneda que todo el país mima, anhela y aclama...

Dos caras que todos quisiéramos que brillaran igual por lado y lado...

Ojalá nuestros ineluctablemente cuestionados dirigentes, el inversionista, el turista, el comerciante, el ejecutivo, el banquero, el empresario, el potentado y demás colombianos y extranjeros que tanto culto le rinden a La Heroica, se inquietaran siquiera por empezar a reducir la infinita desigualdad reinante.

Gracias Cartagena por todo. Sólo deseo que, algún día, dejes de ser esa “Carta Ajena” que para muchos es esa epístola que se firma con sangre, en la periferia de tu avasallador encanto. 

 

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