Carta a L.

Andrés Hoyos
21 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Querida L., tu mensaje preocupado de este domingo, en el que recordabas que durante tus visitas a Bogotá más de una vez te llevamos de compras al Centro Andino, me obliga a reconocer que Colombia sigue siendo un país escalofriante. Poner una bomba en un baño de mujeres, donde entran madres a cambiar los pañales de sus bebés, habla de un nivel de degradación casi insondable. Semejante salvajada no me da para cancelar mi optimismo de mediano plazo, pero vaya que siento cerca el olor a azufre.

Sobre la bomba en sí todavía es poco lo que se sabe. De las varias hipótesis a la hora de escribir esta carta, algunas bastante dementes, la más sonada atribuye el atentado a un grupo diminuto llamado el Mrp (Movimiento Revolucionario del Pueblo). De comprobarse esta autoría, estaríamos ante unos desalmados que, por ahí derecho, son suicidas pues no darán un brinco. Todas las guerrillas urbanas de América Latina fueron destruidas y vaya que tú sabes bien qué les pasó a los Montoneros por allá en tu sur, que también es profundo. Ronda, sí, la pregunta de cuál será el destino de los milicianos urbanos más radicales tras los procesos de paz. Ojalá esta no sea la respuesta. Una curiosidad es que el rector de la Universidad Nacional se indignó porque dijeron que en las universidades públicas hay células extremistas que podrían haber participado en el atentado. ¿De veras no lo sabía? Caramba. También se habla del Clan del Golfo, el principal remanente del viejo narcotráfico terrorista que a fines del siglo XX casi manda a Colombia al basurero de la historia.

Por el lado positivo, tal vez has visto las imágenes de los guerrilleros de las Farc entregando un tremendo armamento a la ONU y firmando declaraciones de no reincidencia. Sin embargo, el efecto de estos hechos absolutamente cruciales no se siente mucho en el país. Sucede que el ambiente agitado nos agarra en manos de lo que los gringos llaman el lame duck (“pato cojo”), es decir, un presidente debilitado que se acerca al final de su mandato. Dicha debilidad puede verse, por ejemplo, en el mal acuerdo que puso fin al agresivo y alharaquiento paro de maestros. Tengo entendido que en muchos países, no sé si en el tuyo, hay sindicatos de educadores parecidos a Fecode: belicosos, intransigentes y portadores de ideologías que tendrían que haberse acabado con la caída del Muro de Berlín. La humildad no siendo lo suyo, aprovechan la acción legítima de pedir beneficios en favor de sus asociados para pretender dictarle la política educativa al Estado. Sí, fue penosa la genuflexión del Gobierno para acabar con un paro que ya estaba en las últimas, por haber sido convocado demasiado cerca de las vacaciones de mitad de año. Nadie entiende que el Gobierno haya accedido a darle incidencia a Fecode en la atención para la primera infancia, algo que definitivamente no tiene que manejarse con ellos.

La reciente nota de color la dio el alcalde de Cajamarca, Tolima. El hombre se llama Pedro Pablo Marín (¿será de esos Marín?). Tal vez te enteraste de que en ese pueblo se convocó un exótico referendo, tras el cual declararon empresa no grata a la AngloGold Ashanti, interesada en La Colosa, una gran mina de oro que hay en los alrededores. Pues bien, al alcalde le dio por preguntar dónde están los que les pintaron pajaritos de oro a los cajamarqueños, ahora que la empresa se fue y no hay trabajo ni perspectivas.

En fin, querida, tema es lo que hay, pero te dejo por hoy.

Un abrazo,

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

 

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