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Cartagena al 100%

Hugo Chaparro Valderrama
04 de marzo de 2011 - 03:00 a. m.

La ciudad revivió con la exhibición de una filmografía contemporánea, enfatizando en la selección de películas iberoamericanas.

La ovación del público fue elocuente. Con un largo aplauso, el auditorio del Centro de Convenciones de Cartagena respondía ante los argumentos y la forma de conjurar el olvido con los que se organizaban las piezas del rompecabezas judicial y el peso de la tragedia que representó la toma del Palacio de Justicia de Bogotá el 6 de noviembre de 1985. La toma (Gibson/Salazar, 2011), además de presentar el resultado de una larga investigación con la que se quiere evitar la impunidad en Colombia, dialogaba con el público gracias al vigor de sus imágenes, sostenidas por el desarrollo de un relato en el que se descubre la utilidad del cine como testimonio de la historia.

Un documental que hizo eco a otras películas durante el Festival Internacional de Cine de Cartagena 2011, evocando cada director, según su visión y su talento, distintas versiones de la pesadilla: sacerdotes pederastas (Agnus Dei: Cordero de Dios, Sánchez, 2010);  víctimas del exilio en clave chilena (El edificio de los chilenos, Aguiló, 2010); niños condenados por la guerra (Pequeñas voces, Carrillo/Andrade, 2010).

Títulos que sugieren la punta del iceberg en la programación de Cartagena. Un escenario que recuperó su vitalidad gracias a la dirección artística de Monika Wagenberg y al equipo de trabajo que la acompañó para cumplir un deseo: reinventar los criterios del evento con el carácter que define a los festivales de cine en distintas geografías.

Cartagena revivió con la exhibición de una filmografía contemporánea, a través de la que se consiguió tener un panorama de tendencias y estilos que abarcaran el movimiento del cine en la actualidad, enfatizando en la selección de películas iberoamericanas.

Sin admitir otro límite distinto al rectángulo de la pantalla, también se desvanecieron las fronteras cronológicas: la retrospectiva dedicada a un director de culto como Olivier Assayas; la muestra de cine mexicano que ha hecho de sus directores referencias para el siglo XXI en su primera década; la revisión del cine doméstico en la sección Colombia al 100%, demostraron el interés por ofrecerle al público un antes y un después con los que se marca la ruta del cine por venir.

Simultáneamente, los encuentros académicos certificaron la necesidad de formar un público capaz de mejorar la comprensión del arte cinematográfico y el diálogo con las películas. Clases magistrales, conversatorios, talleres de crítica, multiplicaron la ansiedad por hacer de la pasión una profesión.

La actitud del festival es clara y apuesta por el futuro. Seleccionar para la Competencia Oficial películas de ficción que estén en una franja entre el primer y el tercer título de nuevos directores, implica visiones renovadoras, que sirvan de guiño a obras que se consoliden en el tiempo y que tengan como lugar de su primer impulso a Cartagena.

Contrastante y tan diverso como sus realizadores, el cine necesita escenarios como el festival para manifestarse en sus expresiones más tradicionales o más radicales, en todo caso respaldadas por la gracia del talento; sorprendiendo al público cuando una película enfrenta la tradición del lugar común y presenta otras referencias –como sucedió la noche inaugural cuando Los colores de la montaña (Arbeláez, 2010), descubrió que no es imposible el milagro del lirismo para registrar el caos de la violencia colombiana-; haciendo de un evento como el de Cartagena el encuentro ineludible para comprender hacia dónde se dirige el cine y nosotros, sus espectadores.

 

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