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Cartagena y Santa Marta

Alfredo Molano Bravo
06 de noviembre de 2011 - 01:00 a. m.

La rivalidad entre Cartagena y Santa Marta ha sido irreconciliable desde su fundación, a principios del siglo XVI.

Competían por el favor de la Corona y el monopolio del comercio con el interior. En la Independencia, Cartagena le volteó la espalda al rey y acogió a Bolívar; Santa Marta siguió siendo realista y chapetona. Con el tiempo, Cartagena acentuó su papel comercial y Santa Marta se volvió bananera. Hoy compiten por capturar el turismo. Cartagena tiene el “Corralito de Piedra” y los balcones; Santa Marta tiene la “bahía más hermosa de América” y la Sierra Nevada. Los notables cartageneros han destruido el “rancio desaliño” de la vieja ciudad y feriado sus casonas a multimillonarios de aquí y allá. Los notables samarios, envanecidos y enriquecidos a punta de banano y marimba, optaron por los embarcaderos de carbón y por la asfixiante densificación del Rodadero.

Cartagena le quedó chiquita a la voracidad de las inmobiliarias. Primero había que terminar de sacar a la gente del recinto amurallado y ya la tienen arrinconada contra San Diego y contra lo que fue Chambacú, que se robaron para construir edificios inteligentes y supermercados. El Centro se necesita limpio de mugre y paja. Cómo se le puede dejar ese sector privilegiado a gente que no sabe apreciarlo, se dirían unos a otros en el Club Cartagena. Con la construcción del Centro de Convenciones comenzó el desplazamiento de Getsemaní y está en salmuera Bazurto. La Boquilla, pueblo de pescadores, fue invadido y hoy torres de 35 pisos se levantan contra los manglares de la Ciénaga de la Virgen, que rodearon con un periférico de cemento para sacar también de esa orilla los barrios surorientales. Un verdadero plan de desarrollo territorial hecho por las firmas inmobiliarias, que no duermen pensando cómo apropiarse de ese balcón sobre el Caribe que se llama La Popa, y todos los barrios de su entorno. En Santa Marta el plan es similar, sólo que los viejos notables destruyeron las casas de sus abuelos. Les quedaba la bahía, que decidieron dividir en tres sectores: el puerto de carbón, que suelta el famoso polvillo negro y arruina las playas; la bahía propiamente dicha, que recoge las aguas negras que el emisario saca y la brisa devuelve, donde sólo puede bañarse quien esté vacunado contra todo tipo de infecciones y, para completar, construyeron una “marina” o sea un puerto para veleros de quien pueda costeárselos. Le tienen echado el ojo a Taganga y, claro está, al parque Tayrona. Han ido comprando e invadiendo, a la brava, predios que tenían títulos precarios de posesión. Como se sabe, muchos son de las mismas familias de los notables a quienes Arias benefició con regalos de AIS. La puerta de esta apropiación privada del paisaje, que es lo que en realidad buscan vender y monopolizar los hoteles de 7 estrellas, se abrió con las concesiones a Bessudo, cuyos desarrollos están por aclararse después de las declaraciones de El Canoso, un lugarteniente de Hernán Giraldo protegido por algunos propietarios de las ensenadas del Tayrona.

Total, las viejas rivales han hecho las paces sobre mapas de valorización urbana y el desplazamiento de barrios populares históricos, lugares sagrados y sitios plebeyos de recreación. Lejos de los centros turísticos, las alcaldías están habilitando zonas para la construcción de colmenas de vivienda social y transar así a los afectados.

Nota. El movimiento estudiantil ha realizado una nueva manifestación en todo el país: 600.000 inconformes desfilando. Santos no entiende —dice— qué quieren, si lo que él quiere es volverlos papel moneda; otros dicen que ellos no han entendido la natural división del trabajo porque rechazan ser tornillos de la máquina de hacer dinero. Tampoco los policías entienden por qué de golpe salen de las manifestaciones muchachas y los besan en vez de atacarlos con papas bomba.

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