Cartas de una cartagenera

Adolfo Meisel Roca
21 de diciembre de 2012 - 06:00 p. m.

Para el Siglo XIX no son muy abundantes los textos que nos permitan conocer las opiniones de las mujeres de la época sobre la política y la sociedad.

Por esta razón, entre otras, es de gran valor historiográfico la reciente publicación de las 78 cartas que la dama cartagenera Josefa Gordon de Jove le escribió entre 1845 y 1849 al presidente Tomás Cipriano de Mosquera. Estas cartas fueron encontradas en el Archivo Central del Cauca por la investigadora Patricia Aristizábal y, por iniciativa del historiador Armando Martínez Garnica, acaban de ser publicadas en la Colección Bicentenario de la Universidad Industrial de Santander.

Doña Josefa Gordon y López nació en Cartagena hacia 1804 y murió a mediados de siglo en Caracas. Pertenecía a la élite cartagenera y era hija de un funcionario español con una criolla cartagenera. Durante los años de la independencia su padre emigró, como muchos españoles realistas, a Santa Marta. Por esa razón, su madre se marchó con su familia a la población de Turbaco, a unos pocos kilómetros de Cartagena. Allí, Josefa adquirió el gusto por la naturaleza: “Desde que pude sentir, cuando iba a Turbaco, la exuberante vegetación de aquel pueblo, arrebataba mi alma de gozo y niña de diez a 12 años, cuando me paseaba bajo los árboles gigantescos que forman un hermoso bosque a la salida del pueblo por la parte del este, mi corazón palpitaba con fuerza”.

Josefa Gordon se casó a los 18 años con un asturiano. Con él se radicó durante 11 años en “un país inglés”, donde aprendió esa lengua y francés. Luego pasó a vivir en Caracas, donde enviudó. En la década de 1840 vivió en esa ciudad, donde tenía una tertulia sobre temas políticos y administraba dos haciendas que había heredado. Muchas de sus cartas a Mosquera las envió desde su Hacienda Cabandonga.

En su correspondencia la señora Gordon expresó una y otra vez sus preocupaciones sobre los problemas políticos y económicos de Cartagena y de la Costa. Por ejemplo, el 2 de noviembre de 1845 le decía a Mosquera: “Yo me devano los sesos pensando qué clase de industria podrá dar Usted a las provincias de la Costa, la mía, cuyos habitantes repiten con Pepe Madrid —Salud, salud mil veces al que inventó la hamaca—, y no se qué recursos encontrará Usted para hacer trabajar a sus naturales, que situados muchos a las orillas fértiles del Magdalena, tienen pescado en abundancia que nada les cuesta, siembran plátanos y yuca, y sin esperar los rigores del invierno, viven en una miserable choza y apenas tienen unos harapos con que cubrirse”.

Las cartas están llenas de comentarios, recuerdos, ideas y observaciones sobre la política, la sociedad y la economía. No me cabe duda de que los historiadores las consultarán una y otra vez con mucho provecho, pues se trata de los escritos de una mujer culta, con una prosa sin adornos pero llena de imágenes y de información útil. Por ejemplo, cuando nos habla de un pintor mulato cartagenero del siglo XVIII sobre el que se conoce muy poco: “En tiempo de mi abuelo hubo un pintor llamado Pablo Caballero, tan sobresaliente en el colorido y en el retrato, que tanto mi abuelo como otros varios señores le hicieron ir a España. Fue tan bien recibido que allí le hicieron miembro de algunas academias… el día menos pensado apareció en Cartagena… Inmediatamente se fue donde mis abuelos, y diciéndole éste ¿por qué te has venido Pablo? ¿No estabas bien en Europa con comodidades y con consideraciones que no puedes encontrar aquí? Es verdad, le contestó, pero señor doctor Domingo, yo quisiera morir en mi tierra, en medio de los míos, y las comidas por allá no me gustaban. No había bollos ni plátanos”.

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