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Celos y violencia machista

Mauricio Rubio
19 de junio de 2013 - 11:00 p. m.

Elena, de 18 años y con cuatro meses de embarazo, salió a medianoche de la venta de pollos donde era mesera. Le dijo a una amiga que iba directo a dormir pues Mariano, su parejo, estaba atormentado: pensaba que “el hijo que ella esperaba no era de él”. Al día siguiente fue hallada estrangulada y con el cráneo destrozado. Sus compañeros dijeron a la policía que era una muchacha tranquila, “que no conocía mucho la ciudad, y que no iba a discotecas porque trabajaba hasta la madrugada”. Había comentado que su novio tenía una aventura con otra. En la puerta del vehículo de Mariano se encontraron restos de sangre.

Este horrible crimen ocurrido en Lima el pasado 25 de mayo recuerda lo desastrosos que son los celos, casi siempre infundados, en una sociedad machista. En nuestro medio la preocupación también es pertinente. Así lo sugiere el reporte de agresiones de pareja que pudieron resultar fatales –amenaza o ataque con arma y estrangulamiento- en la Encuesta Nacional de Demografía y Salud. De todas las variables allí disponibles, las que mejor predicen, de lejos, un ataque potencialmente letal contra la mujer son dos: una escena de celos por hablar con otro hombre y la acusación de ser infiel. Mientras 1% de las mujeres no celadas ni culpadas de cuernos han sido gravemente agredidas alguna vez por su parejo, entre las que soportaron alguno de los desplantes el porcentaje es del 7% y para quienes los sufrieron ambos la proporción alcanza el 23%. Con otros ataques físicos –empujones, golpes, mordiscos o patadas- las cifras respectivas son 7%, 34% y 66%. En Colombia, la contribución de obsesiones como la de Mariano a la violencia de pareja es tal que la probabilidad de que una madre la sufra es casi dos veces la que enfrentan las mujeres sin hijos. Además, el debut de los maltratadores coincide con el inicio de la actividad sexual femenina. 

El darwinismo lleva décadas señalando que los celos masculinos surgen de una aversión visceral a invertir recursos en criaturas ajenas. Doctrinas formuladas por quienes son inmunes a tal temor confunden explicar con justificar o incluso ser cómplice. Los detonantes pasionales, sexuales, de la violencia de pareja están vetados por una visión exclusivamente política de las relaciones, poco conducente a soluciones factibles. La obsesión con un supuesto afán, deliberado, por subyugar a la mujer ha empantanado eventuales alivios para fantasmas tan ancestrales como peligrosos. Mientras cambia la cultura machista se podría ensayar, por ejemplo, tramitar de oficio las pruebas de paternidad con ADN. 

 

 

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