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Cementerios de palabras

Fernando Araújo Vélez
15 de marzo de 2015 - 01:59 a. m.

Uno los oye ufanarse de su cultura y se refunde entre sus citas del Ulises. Repiten con estribillos gastados que la juventud moderna perdió el rumbo, que ya nadie lee ni El Quijote ni nada que valga la pena, que escritores eran los de antes, que las editoriales se acabaron, que los libros son objetos condenados a la desaparición, que el cine es una amalgama de imágenes sin sentido, que la música es una experimentación de egos sin rumbo ni final, que el arte no dice nada. Repiten con tono de haber comprado la verdad que las nuevas generaciones son generaciones en transición y despotrican de los estudiantes porque los estudiantes escriben e ignoran quiénes fueron Joyce, Proust, Gide, Passolini y Edith Piaff.

Sería un hermoso gesto contradecirlos hoy. Decirles que la cultura, o el ser cultos, no es sólo haber leído a Joyce o a Dostoievski, haber visto Sodoma o saber quién compuso Asturias, y que si lo fuera, esa cultura no garantizaría nada distinto a ser una enciclopedia ambulante. Sería un hermoso gesto decirles que escribir con todas las normas ortográficas y gramaticales sólo garantiza tener un lugar en el cementerio de las palabras, y estar tan muerto como esas palabras, que se estancaron y perecieron y cayeron en el olvido. Sería incluso un honor recordarles que las palabras no nacieron de los diccionarios ni de los manuales, sino al contrario. Y que hablar debería ser comunicarse, no repetir.

Sería un orgullo comprobarles que cada día hay más gente que escribe, y a su manera, como debe ser; y que cada día surgen más editoriales, aunque alguna desaparezca, y que se hacen más películas y hay más grupos de música, y más músicas; y que hay gente que oye esa música, ve esas películas y lee. Y son cada día más. Y es por ellos, o desde sus obras y sus miradas y sentires, que las sociedades se van transformando, no por los recitadores de citas, o los servidores de pasado en copa nueva, como decía Silvio Rodríguez. Sería una deferencia para con ellos comentarles que la cultura se va forjando con los libros, sí, pero más que con libros, con vida, y la vida es más sentir, buscar, actuar, pensar y tener algo para recordar, que citar la vida de otros.

Sería deferente aclararles que Cervantes escribió El Quijote porque fue Quijote. Vivió para escribir. Y Joyce escribió el Ulises porque él fue cada una de sus palabras. Y Dostoievski fue Raskolnikov, por acción o por inacción, y también fue cada uno de los hermanos Karamazov, y el jugador, y fue uno de los idiotas, o todos. Sería un honor explicarles que por eso los miles de talleres que se dictan por el mundo de la literatura, y los cientos de miles de libros de texto, y los títulos y los doctorados, no son más que letra muerta, pues ser escritor es ser vida, y nadie le puede enseñar a nadie lo que es vivir, y menos, lo que puede llegar a ser morir en un diccionario.

 

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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