Censura y tutelaje

Pascual Gaviria
15 de enero de 2013 - 06:00 p. m.

La censura es odiosa cuando encarna una especie de superioridad protectora por parte de una minoría iluminada. Con cara de repugnancia, los censores les dicen a sus ahijados que ellos probaron el peligroso cocido, y es seguro que no podría ser asimilado por el público en general.

La amenaza es el riesgo de una epidemia social o cultural. Los censores suelen ver venenos donde hay menjurjes coloridos. La censura es apenas torpe y frívola cuando se propone como una especie de purga para no degenerar los gustos establecidos con tanto trabajo. En ese caso se trata de estilistas, casi siempre sentados alrededor de una mesa ovalada, que pretenden cerrar la puerta a manifestaciones degeneradas. Se trata de mantener cierta pureza. La censura es simple fanatismo cuando se pone la sacralidad de una historia oficial o de un credo aleccionador como un friso sobre el cual no se pueden construir historietas burlonas o vulgares. Ahora se invocan los sentimientos personales, la veneración de un relato, como obligación universal. Una bendición urbi et orbi.

Pero resulta que nuestros jueces de tutela son siempre innovadores, y tan celosos en la protección de los derechos individuales, que muchas veces terminan atropellando a la sociedad por satisfacer un capricho personal. Colombia inauguró hace poco una nueva forma de censura con la decisión de un juez penal municipal de Bogotá de prohibir la transmisión, distribución y promoción de la película Operación E. Según Clara Rojas, la accionante, la cinta viola el derecho a la intimidad y al libre desarrollo de la personalidad de su hijo Emmanuel. La película cuenta la historia del campesino que cuidó a Emmanuel durante parte de su secuestro a manos de las Farc. Pero a Rojas no le gustó la versión del director franco-español. Ni le gustó el 1% de la taquilla en Colombia que le ofrecieron. Ella siente que tiene los derechos reservados de su historia y nadie más puede intentar un relato sin su guía. No importa que se trate de un relato de ficción basado en hechos reales. Según la lógica del juez penal, los libros de secuestrados tienen una especie de monopolio natural sobre las historias que marcaron parte de la política y la guerra en Colombia durante años. ¿La conmiseración nos obliga a ver solo la versión de las víctimas? ¿Debe esperar todo el país a que Emmanuel cumpla 18 años para poder ver la versión basada en el testimonio del campesino que lo cuidó durante siete meses?

En casos periodísticos, donde el control y el celo de veracidad son mucho más fuertes, la Corte Constitucional ha reiterado la prohibición de imponer censura previa, incluso para los funcionarios de la Rama Judicial. “En este sentido, se ha entendido que la única excepción parcial a esta regla consiste en el sometimiento de espectáculos públicos a clasificaciones con el exclusivo objeto de regular el acceso a ellos para la protección moral de la infancia y la adolescencia”. Pero a muchos jueces les sienta mal la toga, ese simbolismo empolvado los llena de recelos y poder, y terminan enfebrecidos con una causa, con un anhelo justiciero que los hace sentirse sublimes cuando en realidad están defendiendo el porcentaje de ganancia del personaje de una historia, más el futuro económico que el pasado sentimental y sus derechos.

 

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