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Chantajes

Juan David Ochoa
05 de abril de 2014 - 04:00 a. m.

Dice el presidente Santos, embebido en la campaña iluminada por los reflectores del poder, que nadie, entre todos los partidos y los gremios, excepto él, tiene experiencia en procesos de paz, y que por esa grávida razón (el mensaje es sugerido) es el único candidato primordial para el futuro de un país deshecho en los desastres de la guerra.

Esa ha sido siempre la estrategia efectista de los candidatos que se van elevando entre la aureolas de la redención, cuando el poder va acumulando los espejos de su costumbre: creerse la fórmula definitiva y eficaz para espantar las sombras del fracaso y convencer, con el romanticismo de los hechos posibles, más que con los hechos comprobables, a los votantes escépticos o confundidos. 

Lo hizo Bolívar, argumentando que sin él en el trono de la dirección la historia se vería volcada a la puja continental de los caprichos. Lo hizo Santander, en la sucesión, apelando a la aureola de su nombre y de su alcurnia para elevarle el vigor y el patriotismo a los decepcionados. Lo hizo el pirómano de la violencia, Mariano Ospina, al sugerirle a su país de godos el auge del comunismo maldito si no apoyaban el temple vital de la derecha, y su esbirro Laureano, al infundirles el mismo terror si su pontificado era traicionado sobre la matanza de los partidos. Lo hizo con todas las tácticas del miedo y de la insania, por supuesto, el último caudillo de esta historia de motosierras y fusiles encontrados por los cuerpos anónimos de la guerra sin fin, Álvaro Uribe, para quien solo en su nombre y en su corazón está el futuro y el despeje de un infierno que solo puede superarse a tiros. Lo hacía en nombre de la guerra, la táctica más básica, simple y convincente en la cultura del resentimiento.

Santos, ahora, lo hace en nombre de la paz. Lo dice en la fiebre ególatra de su campaña: nadie, excepto él, puede conducir el difícil diálogo en La Habana. Olvida, o lo quiere olvidar, que también él empezó improvisando un diálogo condicionado en un margen inquebrantable de tiempo, y que el margen se le extendió entre los mismos intereses de su presidencia, y que es él mismo el que lo viene torpedeando, destituyendo alcaldías de izquierda, por sospecha y presión, sugiriendo la vieja verdad en el país de las verdades oscuras: que en Colombia los muertos siempre han sido el carbón de las campañas, que no hay opción para ideas alternas a una derecha anquilosada y ancestral, y que la guerra, inventada o real, interna o externa o fría o tremebunda, será siempre la excusa perfecta para negarle salubridad o educación a una caterva de indios que se pueden levantar contra ese espanto, si tienen fuerzas o ideas para hacerlo.

@juandavidochoa1

 

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