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Chelsea y Johan Cruyff

Antonio Casale
27 de mayo de 2012 - 09:00 p. m.

El planeta traga entero cuando los que se creen intocables hablan. Todos repiten como loros y aplauden sus frases como si entre los humanos también existieran dioses.

Pasa en el fútbol, en la política y en todas las ramas del mercado. Pero a veces se les va la mano, y a Johan Cruyff se le fue.

Dijo el holandés, autoridad como pocos en materia futbolera, que los únicos que disfrutaron el triunfo del Chelsea en todo el mundo fueron los habitantes de Stamford Bridge, el aristocrático barrio londinense de donde es oriundo el club inglés recientemente coronado campeón de la Champions. Nada más disparatado, salido de la boca de alguien que se cree dueño de la verdad absoluta, como sucede con tantos otros “líderes” de la humanidad.

Cruyff es uno de los mejores jugadores de la historia, miembro honorario de la famosa Naranja Mecánica de Holanda en la década de los setenta, gestora del fútbol total, en donde todos los jugadores del equipo deben estar en la capacidad, y lo hacen, de desempeñar cualquier función. Esa Naranja es famosa no sólo porque nunca ganaron nada importante a pesar de enamorar al mundo, sino porque su entrenador, Rinus Michels, permitía a los jugadores hacer el amor con sus esposas antes de competir, entre otras tantas historias románticas que revolucionaron al fútbol en una época igualmente romántica para el planeta en general.

Cruyff lo ganó todo, como jugador y como entrenador. De su mano el Ajax fue amo y señor de Europa en los setenta y el Barcelona suyo es tan recordado como lo será el de Guardiola.

Pero sus logros no le dan derecho a desacreditar el fútbol de quien al fin y al cabo es el campeón de Europa. Desconoce Cruyff que la mayoría de terrícolas nos parecemos al fútbol del Chelsea. Son muy pocos como él, virtuosos y diferentes. La mayoría tenemos que recurrir a luchar, perseverar, ganarnos la vida y los pocos triunfos a punta de defendernos y atacar sólo cuando la situación lo permite. Lo del Chelsea es el premio a un grupo que conoce sus limitaciones y también sus fortalezas, que supo explotar sus pocas posibilidades de ganar y que luchó inteligentemente.

Es por eso que cuando los terrícolas ganan, muchos, los que nos sentimos identificados con esa manera de vivir, celebramos. Créanme, somos muchos más que los que viven en Stamford Bridge. Con el perdón del “irrefutable” Johan Cruyff.

 

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