China, EE. UU. y el problema norcoreano

Daniel Emilio Rojas Castro
31 de julio de 2017 - 11:10 p. m.

Las administraciones de los EE. UU. han presionado a China para que modifique su política de protección hacia Corea del Norte desde 1954, cuando finalizó la guerra coreana que dividió definitivamente la península del mismo nombre.

Esa presión ha oscilado entre la diplomacia y la amenaza de un conflicto militar. El Gobierno de Barack Obama prefirió lo primero sin descuidar lo segundo. El de Donald Trump, tras una serie de declaraciones erráticas, le dio prioridad a lo militar, pero las limitaciones de la acción internacional estadounidense en el Asia-Pacífico, los ejercicios navales sino-rusos en el Pacífico norte y la inquebrantable posición de los chinos han venido obligándolo a asumir una conducta similar a la de su antecesor.

Los tests de misiles intercontinentales que el régimen de Kim Jong-un realizó los pasados 4 y 28 de julio prendieron las alarmas en Corea del Sur, en el Japón y en los EE. UU. Las nuevas maniobras comprueban que los misiles intercontinentales norcoreanos tienen un alcance mayor a los 1.000 kilómetros, un espectro suficiente para atacar a dos de los aliados más importantes de Washington en el extremo Oriente. Por otro lado, los tests le demuestran a toda la comunidad internacional que el programa de sanciones económicas contra Pyongyang ha sido totalmente ineficaz para frenar su programa militar nuclear. Pero lo que más preocupa a EE. UU. y a sus aliados es que nada de esto hubiese sido posible sin el apoyo económico y militar chino.

En realidad, el enfrentamiento militar entre Corea del Norte y los EE. UU. tiene como trasfondo geoestratégico el pulso entre China y los EE. UU. por el control del Asia-Pacífico. Cualquier posibilidad de intervención militar estadounidense en Corea del Norte se interpreta en Pekín como una amenaza a los intereses nacionales chinos. Ese el núcleo del problema norcoreano.

China tiene pocas razones para cortarle el apoyo a Corea del Norte y ceder ante la presión de Washington. Los 30.000 soldados y las 15 bases militares de los EE. UU. en Corea del Sur representan una amenaza más importante para la seguridad nacional china que una Corea del Norte con misiles intercontinentales y cabezas atómicas. Por eso me atrevo a pensar que mientras Washington no considere seriamente la desmilitarización de Corea del Sur, China no dejará de apoyar a Corea del Norte, a pesar de que sancione el comportamiento de Kim Jong-un con nuevas restricciones sobre las exportaciones de carbón y la movilidad de los trabajadores norcoreanos. Sobre el tema de la desmilitarización, China y los EE. UU. continúan guardando la misma posición que en 1954: la primera la exige veladamente mientras que los segundos la rechazan abiertamente.

El principio de unificación de la península en un sólo Estado defendido por la diplomacia china es inaceptable para Seúl. Este es otro factor de peso para entender lo que ocurre. Si los EE. UU. retiran sus tropas de la península tras una negociación eventual con China, ¿que garantizaría que esta última respete la continuidad de Corea del Sur como un Estado independiente y renuncie a su visión de un sólo Estado coreano? Después de todo, la partición coreana sigue percibiéndose como un mecanismo de intervención occidental para impedir la expansión militar y política china en el extremo Oriente, tal y como ocurrió con Taiwán después del triunfo de la revolución maoísta de 1949. El principio de una sola Corea abre un capítulo tan complejo como el de la desmilitarización y, a decir verdad, no creo que ninguno de los dos gobiernos posea una solución al respecto.

De cualquier modo, la desmilitarización de Corea del Sur parece ser la única posibilidad real para que China deje de apoyar a Corea del Norte. No es seguro que el presidente Trump y sus asesores del Departamento de Estado lo comprenden así, pero en este caso la prioridad para detener los misiles la tiene la diplomacia y no el dispositivo militar.

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