China y Corea del Norte

Santiago Villa
18 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Llevo casi tres años viviendo en Pekín y si bien la lógica interna del Partido Comunista sigue siendo enigmática, contradictoria y, ante todo, hermética, algo se percibe desde acá sobre la relación entre China y Corea del Norte que quizás sea útil para los lectores colombianos. Señalaré un par de puntos que pueden ser de interés.

Corea del Norte es una piedra en el zapato para China. No sólo por los motivos más obvios, que trataré en breve, sino por otros menos conocidos. Por ejemplo, buena parte de la metanfetamina que se trafica hacia centros urbanos como Beijing y Shanghái proviene de Corea del Norte, que es uno de los mayores productores asiáticos de este narcótico. El contrabando con metanfetamina fue, al igual que los dólares americanos falsos, una de las estrategias de criminalidad empleadas por el régimen Kim para subsanar su perpetua crisis económica. El gobierno chino, que tiene una de las políticas antidrogas más estrictas del mundo, ha sido incapaz de lograr que su vecino y aliado detenga el tráfico de la droga más popular entre las juventudes urbanas chinas, aunque parece que la magnitud de este problema se ha reducido durante los últimos diez años.

La poca estabilidad en la región trasnocha al régimen comunista de China. El país-prisión es, incluso literalmente, su hermano alcohólico y drogadicto. Impredecible, volátil, peligroso. El gran temor es que un día se le ocurra violar y matar a una niña, y que por proteger la lealtad filial, toda la familia termine hundida.

Los lazos económicos de China con Corea del Sur son mucho más estrechos que con Corea del Norte, una economía deficiente a la que China subsidia. Aunque no perdería casi nada si abandona del todo a la Corea comunista, este país a la deriva resulta mucho más letal por su cuenta que bajo el ala paternal de China.

China lo sabe. No puede soltar a Corea del Norte ni forzar un cambio de régimen sin desatar un polvorín en su traspatio, o incluso arriesgar un ataque a sus propias ciudades.

En los países occidentales se estila pensar que los problemas deben solucionarse. No sé si Colombia es un país occidental, pero al menos somos un mestizaje de visiones de mundo, y alcanzamos a comprender que no solucionar un problema, sino aprender a convivir con él, es una forma válida de tratarlo. A menudo es la mejor. La menos traumática.

Es fácil plantear una solución militar al problema norcoreano cuando se vive en el hemisferio occidental. Sin embargo, a 1500 kilómetros de distancia del botón nuclear de Kim la situación pide ser analizada con cabeza fría. Con extremo pragmatismo y sensibilidad.

El pueblo de Corea del Norte padece un lavado de cerebro tan profundo que quizás nunca salga de las garras del secuestro, pues lo que viven bajo la dinastía Kim es un auténtico síndrome de Estocolmo. Debería acuñarse el síndrome de Pyongyang.

Corea del Norte es un país infernal. Es la máxima pesadilla materializada del comunismo. El zombi de la Guerra Fría. En un mundo justo tal adefesio no tiene justificación.

Pero el precio de cambiarlo repentinamente es demasiado alto. Es necesario proceder como si se estuviera desactivando una bomba, y aceptar que quizás el mundo deba convivir con Corea del Norte hasta que la dinastía Kim se canse de gobernar.

Twitter: @santiagovillach

 

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