China y la guerra contra Daesh

Mauricio Jaramillo Jassir
24 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.

Por: Mauricio Jaramillo Jassir*

Cuando desapareció la URSS y algunas de las exrepúblicas soviéticas del Asia Central, con mayoría o con porcentajes representativos de población musulmana y turcomana, accedieron a la independencia, la República Popular China temió por el efecto sobre Xinjiang.

La respuesta de Pekín, apelando a la mano dura, hizo pensar que los riesgos independentistas en la región autónoma estaban lejos de concretarse.

En los años 30 y 40 hubo intentos de independencia que se ahogaron con el triunfo de la Revolución maoísta, y tal control se enfatizó con la Revolución cultural.

En 2008, China inició una operación de estabilización ante un levantamiento uigur, entre otras razones, para prevenir atentados contra los Juegos Olímpicos, endilgados al Movimiento Islámico de Turkestán Oriental.

A pesar de las críticas internacionales por la represión, el Partido Comunista ha sido enfático en no ceder un ápice cuando se comprometan la unidad nacional o la seguridad.

Con la reciente amenaza de Daesh (Estado Islámico, en árabe) contra China, el tema revive.

En junio de 2014 se abrió un nuevo capítulo con el anuncio del tránsito del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) al Estado Islámico o Daesh en Irak. Con un tono delirante, el grupo pasaría a amenazar a cualquier Estado que hubiera agredido de alguna manera al islam.

El secuestro y posterior asesinato del ciudadano chino Fan Jinghui, en noviembre de 2015 en Siria, por parte de Daesh, disparó las alarmas en Pekín.

En la misma época, Al Murabitun, con lazos con Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), perpetró el atentado contra el hotel Blu Radisson en Bamako (Malí), matando a tres ciudadanos chinos.

El contexto dramático sirvió de incentivo para que el gigante asiático se uniera a la cruzada para combatir el fundamentalismo islámico en Oriente Medio.

La lucha sobrepasaría Asia Central, donde China ha estado presente, como en la Organización de Cooperación de Shanghái.

Esto ha hecho temer en el Partido Comunista que Xinjiang, colindante con Mongolia, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Pakistán e India, pueda caer bajo la influencia del salafismo. En febrero de 2017, Daesh difundió un video en el que amenaza a la República Popular con “hacer correr ríos de sangre”.

En el mismo se ve a uigures entrenando y jurando, como “soldados del califato”, venganza por el pueblo oprimido. Las cifras oficiales hablan de que, actualmente, en China habitan unos 20 millones de musulmanes, pero se especula que ese número esconde la cantidad real y que podrían llegar a ser unos 40 o 50 millones. Los uigures suman unos 13 millones.

Con tal escenario, China se unirá con mayor fuerza a la lucha contra el radicalismo islámico en Oriente Medio.

Resulta llamativo en este nuevo acercamiento, que abre las posibilidades para la emergencia de liderazgos y un cambio fundamental, pues en el pasado reciente, la injerencia más efectiva parecía monopolio de países occidentales, especialmente Estados Unidos, Reino Unido y Francia.

No obstante, Rusia y China serán determinantes en la estabilidad de la zona, y como partícipes de una civilización que se erige contra el fundamentalismo religioso.

* Profesor U. del Rosario@mauricio181212

 

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