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Ciudad criminal e innovadora

Reinaldo Spitaletta
08 de abril de 2014 - 04:00 a. m.

Ya no es una ciudad de industriales ni tiene paisajes para místicos.

Es una ciudad del crimen y la innovación. Precisamente, ahora la camino por la plaza minorista y no veo a los habitantes de calle. ¿Qué se fizieron? Hace unas semanas, el 22 de marzo, hubo un atentado con una bomba en el Centro de Atención al Habitante de Calle, con cuatro muertos y doce heridos. ¿Por qué?

Ni tampoco están por el Paseo de la República, ni por la plazuela de Zea, ni en las breves mangas que hay en El Huevo, en las orejas de la avenida Oriental. Se desaparecieron. ¿Acaso se los llevaron para otros pueblos como cuando vino el Papa? ¿O pasó como cuando visitó Cartagena el presidente gringo Bill Clinton que esfumaron a los gamines de la ciudad vieja?

Y no es que me hagan falta los habitantes de calle, pero, para ser sincero, los extraño. Porque el paisaje de la ciudad más innovadora del mundo no es nada sin los cientos de indigentes que pululan por sus calles, parques y plazoletas. No sé si la celebración del Séptimo Foro Urbano Mundial tenga conexión con el súbito desfalco de estos seres. Ni tampoco sé si este maquillaje que se nota en algunas avenidas, a las que les pusieron materos con plantitas recientes, sea porque hay visitantes internacionales. Somos expertos en cosmética. No sé si a las prostitutas de la Veracruz y del Raudal ya las escondieron, pero deberían dejarlas ahí, para que sean atractivo de los ilustres recién llegados.

Medellín, que de ella estoy hablando, tiene capacidad para el cambio: así, como lo dijo alguna autoridad regional, se trastocó de la ciudad de los narcotraficantes por la de los innovadores. Asuntos del marketing. Se blanqueó para atraer inversionistas y para favorecer las finanzas del sector privado. Y no es que esto sea malo, pero ¿qué ha pasado en lo público, cómo ha variado la inequidad social, cómo es el empleo, cómo se siente el ciudadano común en su barrio, comuna o corregimiento? ¿Qué ha sucedido con la innovación social?

Medellín sigue siendo una ciudad inequitativa e insegura. Dominada por industrias criminales, que, por ejemplo, tienen “vacunado” a todo el sector de la construcción, incluidos los contratistas constructores del tranvía de Ayacucho, está en el puesto 24 del listado de las cincuenta ciudades más violentas del mundo, según informó el año pasado el portal estadounidense Business Insider.

La violencia y la inseguridad en Medellín están vinculadas a las estructuras armadas de paramilitares y narcotraficantes, denominadas “combos” o bandas, que tienen dominio territorial en las barriadas populares y presencia en todas partes. El año pasado aumentó la desaparición forzosa de personas, de acuerdo con el informe de la Personería, con 270 casos. La Corporación para la Paz y el Desarrollo Social, Corpades, denunció la existencia de casas de torturas y desmembramiento, similares a las de Buenaventura, y advirtió que el setenta por ciento de la ciudad está en manos de la ilegalidad (http://www.las2orillas.co/medellin-es-como-la-pintan/).

La tasa de desempleo está por encima de los promedios nacionales y la informalidad laboral, según el Dane, ascendió a 45,9 por ciento. En la ciudad que en otras épocas gozó de los mejores servicios públicos del país, hay miles de desconectados que carecen de recursos para poder pagar las elevadas tarifas de los mismos. Quizá la mayoría de los habitantes de esta urbe que todavía tiene “cielos divinos” hace parte del mundo de los invisibilizados por los medios masivos de información. Detrás de los lujosos centros comerciales, los grandes edificios y el metro, hay realidades sórdidas.

Los afeites que por estos días se hicieron a la ciudad, para que empresarios e inversionistas extranjeros fijen sus ojos en ella, no alcanzan a ocultar los graves problemas sociales de esta “Tacita de plata” que apesta a hollín y gasolina, que sufre desplazamientos intraurbanos y en la que hay, según denuncias de voceros especializados, permanentes violaciones a los derechos humanos.

Ya Medellín no es la aldea bucólica de industriales y culebreros, la misma a la que le cantó la desazón del nadaísta Gonzalo Arango. Es, más bien, una niña bonita asediada por violadores. Hay una industria del crimen a cuya presencia las autoridades se hacen las de la vista gorda. Y más bien, apelan al disfraz y la pantomima. Cuestión de mercadeo.

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