Ciudades a la deriva

Eduardo Barajas Sandoval
20 de enero de 2014 - 11:00 p. m.

Es frecuente que las ciudades resulten siendo víctimas de disputas políticas que nada tendrían que ver con su destino.

Los argumentos para disputarse su gobierno no siempre se relacionan con sus problemas fundamentales. Los políticos las toman en muchos casos como un escenario más de su carrera hacia la cima del poder en su dimensión nacional. Y los ciudadanos ayudan al descalabro votando por figuras políticas que vienen y se van sin entender las complejidades propias de los asuntos urbanos.

Produce a la vez curiosidad y preocupación la forma irresponsable en la que se generan las candidaturas al gobierno de las grandes ciudades, cuando de manera liviana a alguien se le ocurre lanzar a cualquier figura política a la búsqueda de la condición de alcalde. Como si todos los políticos, por el simple hecho de estar en la búsqueda de poder, comprendieran a profundidad los asuntos propios de la metrópolis y estuvieren dispuestos a dedicarse profesionalmente a su gestión.

Las ciudades son fenómenos de alta complejidad, que van mucho más allá de la suma de avenidas y construcciones públicas y privadas. Son muchos los elementos que contribuyen a su configuración física y muchos más los que concurren sobre todo a engendrar una personalidad que les confiere a los grandes asentamientos humanos tonos diferenciales, en  otras palabras personalidad propia, y los hacen más o menos vivibles.

La responsabilidad de conducir el destino de una ciudad no se puede dejar en manos de cualquiera. Y tampoco la de calificar la forma en la que uno u otro gobernante local haga su oficio.  Porque para juzgar los aciertos o desaciertos de un gobierno urbano no se requiere solamente de haber pasado por escuelas de leyes sino tener alguna idea de las leyes no escritas, pero omnipresentes, que rigen la vida de las metrópolis. Y de paso tener el mundo suficiente para no entusiasmarse, ni alarmarse, por fenómenos que deben ser vistos siempre en perspectiva y no a la luz de convicciones personales.

Todas las ciudades del mundo comparten unos cuantos problemas, o mejor temas, de naturaleza similar, que requieren reflexión, estudio, debate y acumulación de experiencia para su manejo. Por eso no basta con ser, o haber sido, un exitoso conseguidor de votos, hablando de otras cosas, para asumir así, como de la nada, la responsabilidad de gobernar una u otra ciudad.

Ya sabemos que, en el mundo de improvisación que nos asfixia, los programas políticos brillan por su ausencia, y que los proyectos de campaña se hacen a las carreras, por parte de candidatos que llaman a expertos de la más distinta procedencia a que  hagan aportes a la respectiva colcha de retazos, que les permita presentarse con una serie de ideas que serían su carta de navegación en aguas que no conocen.

Ahí estamos pagando las consecuencias de la concurrencia de los fenómenos anteriores. Ahí está la capital de Colombia a la deriva, con un Alcalde afectado por un síndrome relativamente conocido, como es el de contar con poco tiempo para gobernar, por tener que dedicar la mayor parte de sus esfuerzos a defenderse, en este caso, de lo que parece una decisión desproporcionada frente a un problema que en cientos de ciudades del mundo se presenta, y se ha presentado, sin que a nadie se le ocurra destituir al respectivo jefe del gobierno y mucho menos sentenciarlo en la práctica a muerte política.

La conciencia y la exigencia ciudadanas juegan en todo esto un papel fundamental. Los votantes tal vez deben entender que no toda persona dedicada a la vida política tiene el talante, y mucho menos el conocimiento necesario para gobernar una ciudad. Por eso los ciudadanos deben, a la hora de los debates electorales, hacer el examen más exhaustivo de los candidatos, para que muestren no solo cuánto conocen de la respectiva urbe sino para que expresen con claridad sus ideas sobre el manejo de sus problemas.

Como tarde o temprano habrá en la capital de Colombia nuevas elecciones, conviene que la ciudadanía tome atenta nota de la necesidad de exigir que los candidatos tengan las ideas, el talante, la experiencia y el liderazgo que les permita eventualmente manejar las cosas a la hora de gobernar. Y luego de votar a conciencia, valorando ellos mismos el poder de su voto, deberán plantear los mejores exámenes a quien haya ganado, para que el rumbo de la ciudad, que es el escenario de la vida cotidiana de todos, sea otro, conocido y confiable, en lugar de soportar el vértigo incómodo de la deriva.

 

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