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Clasificar y castigar

Francisco Gutiérrez Sanín
28 de enero de 2011 - 03:00 a. m.

LA SERIE DE VIOLENCIAS QUE HAN venido asolando al país, y la declaración del general Naranjo acerca de la importancia de derrotar a las Bacrim, han puesto de nuevo sobre el tapete la necesidad de interpretar en qué consisten aquéllas y cuál es su verdadera naturaleza.

Nótese que el nombre con el que el Estado finalmente las rotuló es tan neutro que carece de cualquier capacidad descriptiva. Banda criminal es cualquier asociación para delinquir o grupo de maleantes, desde una red de apartamenteros hasta un grupo mafioso, pasando por todas las escalas intermedias. De hecho, también cabrían en la categoría los paramilitares, en la medida en que finalmente el Estado terminó negando el estatus político que ellos reclamaban.

La dificultad que ha tenido el Estado para resolver exitosamente este problema clasificatorio ha suscitado un debate alrededor de la naturaleza de las Bacrim. Hay al respecto básicamente dos escuelas. Según la primera, las Bacrim son grupos que no tienen nada que ver con los paramilitares, por carecer de motivaciones políticas y de programa contrainsurgente, y por estar plenamente insertas en la economía del narcotráfico. Según la segunda, las Bacrim son simplemente paramilitares redivivos, a los que habría que poner el remoquete de neoparamilitarismo o alguno otro semejante. En esta otra versión, se hace énfasis en las similitudes, no en las diferencias, entre paramilitarismo y Bacrim.

La CNRR acaba de publicar un interesante informe (La reintegración: logros en medio de rearmes y dificultades no resueltas) sobre los éxitos y fracasos de la negociación del gobierno Uribe con los paramilitares, que trata diversas dimensiones de tal proceso en toda su complejidad, y que resulta extremadamente útil para entender a las Bacrim. El punto de partida del reporte me parece eminentemente sensato, pero quizá por lo simple ha pasado desapercibido a comentaristas por lo demás agudos: la relación de las Bacrim con los paramilitares está compuesta tanto de continuidad como de cambio. Elementos de lo primero hay por doquier. Los paramilitares transfirieron a las Bacrim una parte muy importante de su personal, en la base y en los mandos medios. Las Bacrim heredaron, aún sin muchas innovaciones, el modus operandi de los paramilitares. Contrariamente a aserciones superficiales —apoyadas tanto en un tono enfático como en la negación sistemática de todo tipo de evidencias— han mantenido una lógica contrainsurgente, antisubversiva y orientada al castigo de la protesta social. Valdría la pena hacer el conteo de los sindicalistas y líderes campesinos que podían actuar y no morir en el intento en el territorio de don Pedro Cuchillo, ahora que éste está muerto… Aunque aún no tenemos documentación muy buena al respecto, el hecho mismo de su capacidad de operar a ojos vista y sin grandes estorbos en su acción cotidiana, sugiere una fuerte vinculación al menos con el poder local y con las economías que se articularon históricamente con los paramilitares. Entre ellas habría que contar al narcotráfico, que nunca estuvo ausente de la explosiva fórmula paramilitar.

Ahora bien: también hay diferencias muy importantes. El vínculo de las Bacrim con las agencias de seguridad del Estado parece mucho, mucho más débil que el paramilitar. Su relación con el poder político es órdenes de magnitud menos exitosa. Las Bacrim han establecido al parecer algunas alianzas coyunturales con la guerrilla. Tienen estructuras organizacionales aún más débiles y cortas que las de los ‘paras’ y carecen de técnicos e intelectuales. Hay muchas caras nuevas. Y así sucesivamente.

Una de las funciones claves de un Estado moderno es rotular y clasificar. El informe de la CNRR nos permite avanzar en la comprensión —que ojalá en algún momento genere una taxonomía más aceptable— del aterrador fenómeno de las Bacrim.

 

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