Colombia antisemita

Héctor Abad Faciolince
04 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

Si alguien quiere añadir a su memoria un capítulo más en la historia universal de la infamia, debería leer la tesis de maestría de Lina María Leal Villamizar.

Está en la biblioteca virtual de la Universidad Nacional y puede consultarse online. Es un estudio tan serio que, con pocos ajustes, debiera estar editado en forma de libro. Después de leerla uno no siente sino vergüenza por su propio país. Incluso este periódico, El Espectador, que tanto quiero y que ha escrito algunas de las páginas más gloriosas del periodismo colombiano, tiene también su aporte nauseabundo en esta historia. Una serie de informes de primera página, publicados en 1936 y firmados por un tal Luis Peña, ayudaron a fomentar el sentimiento antisemita de la época, al pintar a los comerciantes judíos como buhoneros abusivos, ilegales y dañinos para el comercio nacional.

Sabíamos del antisemitismo grotesco de Laureano Gómez, de los Leopardos, del canciller Luis López de Mesa, pero era mucho menos claro que el presidente Eduardo Santos, tío abuelo del actual presidente, se manchara también las manos —indirectamente— de sangre judía, al aplicar despiadadas políticas restrictivas para el ingreso al país de judíos durante su mandato. Parte el corazón leer las cartas de familias hebreas que ruegan por su clemencia. Y más todavía su abuelo, Calibán, Enrique Santos Montejo, que escribió en El Tiempo que “el judío de la Europa central representa uno de los tipos humanos más bajos” y quien hizo ingentes esfuerzos (periodísticos) para que los hebreos perseguidos en Alemania no pudieran entrar al país.

Luis López de Mesa (pese a su apellido sefardí), como canciller del gobierno Santos, dio instrucciones a los cónsules de Colombia en Europa para que opusieran “todas las trabas humanamente posibles a la visación de nuevos pasaportes a elementos judíos”. Y se justificó con argumentos seudocientíficos: “mucho temo de un cruce racial indo-semita, por lo semejantes que son en la índole de algunas de sus cualidades inferiores, mimetismo moral y astucia, zalamería aparente y crueldad íntima” y por “sus costumbres invertebradas de asimilación de riqueza por el cambio, la usura, el trueque y el truco”. Judíos que ya habían pagado sumas inmensas por sus visas, fueron devueltos a la miseria y a la muerte en Europa, por este “cambio de legislación”.

El Siglo tampoco se quedó atrás y publicó, entre otros, un artículo del cura santandereano Alberto Ariza, que la tesis de Leal cita profusamente. Fíjense en el estilo, y piensen si no reconocen en él al típico lefebvrista local: “Tres grandes enemigos tiene hoy el cristianismo: los judíos, la masonería y el comunismo. Como católicos no podemos aprobar los métodos bárbaros de Hitler contra la raza judía, pero hay que convenir en que, si es verdad que en el rigor ha habido excesos, en el fondo no deja de tener razón el Führer, quien reprime a los enemigos de la nacionalidad y de la religión. [...] El judío no conoce la gratitud, odia de muerte a la misma nación que le da albergue [...], su lema es la explotación sistemática [...]. El hogar judío será así un nuevo centro de conspiración contra el mundo”.

Ha pasado casi una semana desde que la comunidad judía de Colombia y el senador John Sudarsky le solicitaron al procurador una respuesta clara respecto a sus opiniones sobre el Holocausto, y hasta ahora no ha contestado. Este es otro rasgo típico del antisemita auténtico: a los judíos, para ponerlos en el sitio bajo que les corresponde, hay que hacerlos esperar. Siendo Daniel Coronell otro judío, supongo que tampoco se merecerá una respuesta del procurador, pese a los documentos que publicó la semana pasada sobre sus nexos con uno de los ideólogos del movimiento neonazi en Colombia.

 

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