Colombia católica

Daniel Pacheco
12 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

La venida del papa es tal vez el  evento de multitudes más grande que haya tenido Colombia. Dice Óscar Naranjo, el organizador de la visita por parte del Gobierno, que 6,8 millones de personas participaron en misas, eventos y la cacería del papamóvil por cuatro ciudades durante cinco días. Si es cierto, y estas cifras suelen estar infladas, sería un evento más grande que los seis millones que supuestamente salieron a marchar contra las Farc el 4 de febrero del 2008. (Se me ocurre que tal vez el 9 de abril de 1948 pudo haber sido un evento de multitudes más grande, pero quién sabe).

Como sea, sacar a los colombianos a la calle no es fácil, y cuando esto se logra en estas magnitudes, suscita todo tipo de cálculos políticos nerviosos, especulaciones y predicciones, sobre todo en la antesala de una contienda electoral.

Sería injusto decir que esta es una muestra de que el amor le puede ganar al odio. De que la devoción al mensaje positivo del papa argentino le ganó al rechazo a la entonces poderosa guerrilla (hoy poco relevante partido político) de las Farc. Pero sí creo que se puede extraer de esa simplista contraposición amor-odio, que el que Francisco haya sacado a tanta gente a la calle con un mensaje de reconciliación hace más significativa la magnitud de su visita que si lo hubiera hecho como un llamado a salvarse del fuego eterno o de expiación de pecado.

Dicho eso, para gente que cree que la superstición católica ha contribuido a formar la cultura de permisividad con el delito, de ausencia de responsabilidad individual, y de desconfianza en lo terreno, no deja de ser una bofetada de realidad que aún en pleno siglo XXI vivamos en un país que sobre todas las cosas se sacude por la religión. Por la religión y no por el nacionalismo, ni el civismo, ni otra causa colectiva intrascendental y más aplicable al bienestar general. Y por la religión no en clave de compasión hacia el otro (que es lo que el papa dijo le falta a este país), sino como adoración a Dios, o a su representante pop sobre la tierra, el papa latinoamericano, al que queremos tocar sin importar que toque pasar por encima del otros, con el que queremos una selfi y no una foto en grupo.

Pero bueno, es lo que es, y al menos Francisco vino a recordárnoslo. Y también vino, y por eso hay tanto liberal confundido, con un mensaje político de apoyo evidente al proceso de paz a pesar de todas sus falencias: la de haber sido lograda por un presidente tan malquerido como Juan Manuel Santos, la de haber sido rechazado por la mitad de los que salieron a votar el plebiscito, la de tener concesiones en el tema de justicia importantes. Francisco vino con un mensaje doméstico a hablarles a los católicos colombianos durante cinco días, para interpelarlos a que dejaran de mirar hacia atrás, que abandonaran los revisionismos de lo que pudo haber sido, y más bien se movieran a lo que será, a que “dieran el primer paso” y pusieran los ojos sobre los problemas de fondo. No la guerrilla, no la JEP, sino la desigualdad social, el coeficiente Gini. Vino a mostrar que ya estábamos en paz, que podían salir 6,8 millones de personas a la calle tranquilas, sin homicidios dos días en Bogotá, pero que no nos habíamos dado cuenta por estar pelando por el pasado.

Pero como no creo en milagros, me temo que con el papa de vuelta en Roma a cada uno de los colombianos papistas le quedará nada más la selfi de Francisco, se quedará con su “chiquitaje”.

@danielpacheco

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